Políticas incompatibles, país ingobernable

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

10 sep 2016 . Actualizado a las 10:18 h.

Dos fuentes informativas llegan a la misma conclusión: o se deja paso a Rajoy o hay que repetir elecciones. Una es el número dos de Ciudadanos, señor Villegas, incompatible con Podemos y mucho más con los independentistas, que declaró ayer: el único Gobierno posible es el del PP en minoría. Otra, del portavoz socialista en el Congreso, señor Hernando, que negó cualquier posibilidad de acuerdo con los partidos independentistas. Con estas dos clarificaciones, se cierra el camino a la ronda de conversaciones que abrió Pedro Sánchez. Da igual lo que hable y cuanto le digan a él, que seguimos en la misma situación que cuando el Congreso rechazó la investidura de Rajoy. Cada vez se entiende menos qué pretende el señor Sánchez con esos diálogos, como no sea quitarse de encima el sambenito de ser el único culpable de volver a las urnas. Si, al mismo tiempo, insiste en que nunca respaldará a Rajoy, el bloqueo político seguirá atado y bien atado y España seguirá sin Gobierno por tiempo indefinido.

Pero empieza a haber algo más inquietante que el bloqueo mismo: la incompatibilidad entre líderes y entre fuerzas políticas. Esto nunca se había dado con tanta claridad en la política española. Pedro Sánchez es incompatible con Mariano Rajoy, como demuestra a diario, pero sospecho que Rajoy siente tal menosprecio intelectual por Sánchez, que acabará en incompatibilidad recíproca. Albert Rivera, que es el más pactista y dialogante, es incompatible con casi todo lo demás: con Pablo Iglesias, con los nacionalistas vascos, con los independentistas catalanes y con todo lo que tenga olor a rechazo de la idea de España. Y los nacionalistas, a su vez, ponen condiciones tan altas (el referendo en Cataluña o consideración de nación del País Vasco) que las fronteras son infranqueables. No es posible una descripción optimista del panorama.

Esto cambiará, sin duda, pero no sabemos cuándo ni siquiera si cambiará para bien, porque las posiciones no hacen más que enconarse. Ignoramos si ese cambio de actitudes pasa inevitablemente por un relevo de líderes, por un lento cambio de cultura política que suele costar decenios, o si se requiere un abismo de alarma nacional que asuste a los protagonistas. El espectáculo de rechazos e incompatibilidades personales e ideológicas dibujan un país con serios riesgos de convertirse en ingobernable, si es que no lo está siendo ya. Y lo tremendo es que no hay razones insalvables para que el futuro -¡y el presente!- tengan que ser así. Entre el Partido Popular y el Socialista, por ejemplo, hay muchas más coincidencias que incompatibilidades. Las hubo durante toda la democracia. No pido que gobiernen juntos. Solo pido que se empiecen a mirar sin rencor.