Distopías

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

25 sep 2016 . Actualizado a las 10:19 h.

Las distopías son lo contrario de las utopías. La Real Academia Española las define como: «La representación imaginaria de una sociedad futura con características negativas que son causantes de su alienación moral».

El concepto de distopía se dibuja perfectamente en tres novelas de ficción escritas al principio del siglo pasado y que suponen una suerte de profecía.

En la novela 1984 escrita por Orwell (1949) se avanza el concepto de Gran Hermano, un ente que nadie conoce pero que vigila permanentemente a los ciudadanos a través de unas telepantallas con micrófono incorporado donde la policía del pensamiento rastrea cualquier delito consistente en pensar distinto a lo dictado.

Los programas de televisión más vistos son el Gran Hermano y toda la caterva de realities que husmean en la vida de la gente.

Cuando todo el mundo piensa lo mismo es que nadie piensa.

En Un mundo feliz (1932) Aldous Huxley anticipa una sociedad feliz donde se han erradicado la guerra y la pobreza a través de la tecnología que llega a reproducir seres humanos, todo ello a costa de la desaparición de la familia, la diversidad cultural, el arte, la filosofía, la religión y la literatura, en definitiva, del humanismo.

Aumentan exponencialmente los embarazos asistidos, los hogares solitarios -el 25 % en España, 40 % en Europa y 60 % en Estocolmo o París-.

En Fahrenheit 451 Ray Bradbury (1953), apoyándose en la analogía de la temperatura a la que arden los libros, describe una sociedad en la que todos los libros son quemados por orden del Gobierno, ya que leer impide ser feliz, genera angustia y hace a los hombres diferentes.

Algo practicado desde los bárbaros al Tercer Reich. La industria editorial ha visto caer sus ventas a niveles de 1994 y casi dos de cada tres españoles no lee nunca un libro, según el CIS.

Una amiga me expresaba su inquietud por el montón de cosas raras que le estaban sucediendo: en su móvil aparecían y desaparecían fotos, su ordenador le mandaba mensajes extraños, el garaje se abría solo, individuos semejantes se le aparecían en los lugares más privados. Parece una locura, pero no lo es.

Mi compañero de senderismo -hábil en la informática- me explicó, mientras robaba higos, lo fácil que es hackear una vida; basta con que se metan en el disco duro de tu ordenador a través de un spam, en el móvil con un wasap o en una visita a Internet, Instagram... A partir de ahí, pueden saberlo todo de ti: con quién hablas, qué te gusta, qué vas a hacer, qué has hecho, espiarte a través de la webcam o el móvil, abrir tu garaje, encender las luces de casa, etcétera.

Tengan cuidado: Distopía habemus.