Un día duro, una noche dura, un sábado explendido

OPINIÓN

26 sep 2016 . Actualizado a las 19:49 h.

El sábado comenzó para mí bien cercano el mediodía. Sólo quedaban dos días de las fiestas de mi ciudad, y no podían desaprovecharse. No hay ninguna fórmula secreta para recuperarse de forma inmediata de una noche de fiesta -al menos yo la desconozco, si saben alguna háganmelo saber, les estaré eternamente agradecido-, pero de lo que estoy seguro es que uno se recupera mejor con una buena comida rodeado de la familia y unos buenos planes, que con el tedio absoluto que produce quedarse en la cama «mutando» todo el día.

El parque San Francisco fue este año el único oasis para el divertirmento infantil, ya que otro año más no pudieron contar los niños con barracas. El parque es un lugar donde se respira vida, mirara uno donde mirara siempre veía a niños con esa energía que sólo tienen ellos y que tanto nos cansa a los mayores. Como ya me había recuperado y se acercaba la hora de empezar a tener compromisos abandoné la zona de los niños y pasé al Bombé.

No pude acudir a una de las citas ineludibles de este San Mateo: la actuación de Mongolia en el Teatro Filarmónica. Un compromiso me lo impidió, pero me ha contado gente de mi absoluta confianza que estuvieron genial. Pero yo eso no lo dudaba, porque ya sabía que iban a estar igual de genial que siempre.

Una buena cena es muy importante para empezar con buen pie la noche, como eso tan típico de las abuelas: «come fío, que con el estómago vacío no se puede beber». Como si en lugar de ir a tomar copas fuésemos a paliar una huerta. Lo que sí es cierto es que cenar bien, pero no en exceso, abre la puerta a unas copas, y luego a más; y así empiezan siempre los mejores momentos: entorno a la mesa.

En Feijoo tenía lugar la final del Concurso de Rock Ciudad de Oviedo, y mis favoritos TIGRA estaban en esta final. Ya les aventuré en una crónica anterior que eran geniales, y no me equivocaba pues se alzaron con el primer premio a- me sentí  Boyero por unos instantes-. Pero yo esto ya sabía que iba a ser así, pues no podía ser de ninguna otra forma: fueron los mejores. Este concierto fue mejor que el anterior, y tenían el listón muy alto, la plaza podía haber colgado el cartel de «no hay billetes» y su final de concierto fue apoteósico, el público coreaba enloquecido y con móviles y mecheros la letra de «superheroes». Pudo haber más, pero no mejor.

La noche ya era de 10 y encima ahora tenía algo que celebrar, que mejor lugar que «La Mateína» para hacerlo. La gente se entregaba y bailaba enloquecida los diferentes ritmos que salían de los altavoces,con tanto ritmo y desgaste uno ha de tomarse un respiro y muchos ponían rumbo a bares cercanos donde poder tomar algo con más tranquilidad.

Los chiringuitos, La Plaza del Sol, El paraguas, todo estaba con gente pese a que la noche se estrenó con lluvia. Poco importa esto cuando es el último sábado de las fiestas, además desde cuando la lluvia detiene a un asturiano.

Decidí cambiar y abandonar el ambiente mateín por uno más ovetense y me dejé caer por «El Nunca» y el «Mamy Blue», que sea San Mateo o no siempre están llenos. En el «Mamy» había una chica que dejaba a todos absortos, y a mí entre ellos. Escuche decir a Luis Alberto de Cuenca en un programa de «Cowboys de Medianoche» que «uno ha de enamorarse la extraña belleza, que así funciona el enamoramiento, enamorarse de aquello a lo que los demás ni siquiera le han prestado atención» y esa chica juro que tenía las clavículas más bonitas del mundo. 

Cuando el fin de fiesta se acerca siempre tratamos de alargarlo al máximo, como aquel que un martes seguía por Pravia festejando «El Xirin» porque decía que él aún no se había acostado, así que no había terminado el día. Pues así les ocurrió a muchos ovetenses el sábado, se agarraban a los «afters» para no permitir que San Mateo se fuera por el desagüe del tiempo. Yo fui uno de ellos, pero nada es eterno.

Arrastrando mis pies fui a casa dando un paseo, caminando de lado a lado de la acera, no por el alcohol sino como el negro de 'Amanece que no es poco', el señor Nge, que caminaba en zigzag para hacer más largo el recorrido y pensar mejor a dónde va uno. Así llegué a casa, pero las clavículas de esa chica aún seguía en mi cabeza. Un día duro, una noche dura, un sábado expléndido. Esto llega a su final, pero aún quedan unas horas para disfrutar, mañana ya habrá tiempo para tristezas.