Este artículo puede contener trazas de violencia

OPINIÓN

02 oct 2016 . Actualizado a las 09:23 h.

Tengo un amigo tenaz en sus afectos vicarios y platónicos que no ha dejado de serle fiel a Jennifer Aniston en los últimos veintitantos años. Inasequible al desaliento, al paso del tiempo, a las huellas de la mudanza de la edad ligera y no sé si del botox campero (¡espero que no!), sigue sin explicarse mi buen compadre las razones por las que Brad Pitt abandonó a Rachel Green por la Yoli (es su manera de decirlo). Una morena y una rubia, parecen cantar los coros de esta zarzuela con aires de comedia de enredos. Me ha venido a la mente estos días la terca postura, casta e ideal, de mi colega debido a los montajes y memes más o menos chocarreros y ofensivorros que se han creado (el verbo es excesivo, a todas luces) para alinearse con la empleada y nunca amante de Ralph Lauren. Para qué dar ejemplos. Las maldades mémicas pululan por el éter cibernético y llegan a los medios de comunicación de masas crucificando a la Yoli y santificando a la Jenny, que, de acuerdo a no sé qué normas o tradiciones milenarias o a qué pulsiones antropológicas o a qué traumas psicológicos, merece el premio de consolación de ver cómo fracasa su contrincante o enemiga. Hay una alegría en el dolor ajeno, un placer proyectado por el hundimiento del otro, una justicia poética con afán de revancha que no termino de ver. Menos mal que me encuentro con el titular de un artículo de la edición británica de la revista ELLE: «One Woman’s Pain Is Not Another Woman’s Joy». El mundo está bien hecho: eslogan y a otra cosa. El mundo está bien hecho.

El Daesh ha ordenado que se castigue con ochenta latigazos a todos aquellos que vistan camisolas de equipos de fútbol y de baloncesto de algunos equipos europeos y de algunas selecciones. Los niños del Estado Islámico sufrirán en sus carnes el castigo si se les ocurre ponerse la equipación del Real Madrid, del FC Barcelona, del Milán o de las equipos nacionales de Alemania o de Inglaterra, además de la de la selección estadounidense de baloncesto. No han dicho si el castigo se aplicará también si las camisetas son falsas o si han llegado allí en forma de envío solidario de ropa usada desde la muy benemérita Europa.

En Alepo las tropas de Bashar al-Asad bombardean los barrios controlados por los rebeldes: mueren niños rebeldes, panaderos rebeldes, enfermeras rebeldes, ciclistas rebeldes. Las grandes potencias, los países amigos de cada bando, las milicias armadas de aquí y de allá, compran y venden armas mientras las organizaciones humanitarias revisan las ruinas en busca de cuerpos con vida que casi siempre están muertos.

Negros asesinados a tiros por la policía en Charlotte, Carolina del Norte (es un ejemplo): niños con pistolas de juguete, padres de familia que esperan a sus hijos con un libro en la mano, viandantes desprevenidos, clientes de restaurantes de comida rápida. Los polis blancos tienen miedo. También los polis negros. Viven con el temor a que cualquiera los acribille en un control de carreteras, de que cualquiera saque un arma y la descargue contra su cara cuando van a pedirle la documentación por saltarse un semáforo, por jugar en la calle, por leer un libro, por caminar desprevenidos, por comer comida basura. Tienen miedo de que un niño que juega en una esquina esconda en su mochila del colegio o del instituto un UZI de seiscientos disparos por minuto o una pistola calibre 38.On the floor. Face the wall. You fuckin’ bastard.

Un comandante de las guerrillas de las FARC (tal vez Timochenko) anuncia la firma de la paz con el gobierno de Colombia después de cincuenta años de muertos sin sentido. Hasta la violencia más indeseable, hasta el plomo teórico, hasta la necedad incomprensible, hasta los ideales transmutados en AK-47, hasta lo que quisimos que hubiera sido y no fue, hasta la revolución a veces incomprendida y a veces incomprensible, se rinde a la magia del relato con Gabo en guayabera. “Se acabó la guerra. Díganle a Mauricio Babilonia que ya puede soltar las mariposas amarillas”, proclama el comandante. Y qué puedo yo cantarte, comandante, si el poeta eres tú.

Angelina en traje de noche y con zapatos de tacón de Manolo Blahnik recorriendo elegantemente las ruinas de Alepo; Jennifer limpiando su fusil en la selva mientras se seca al sol su pelo recién lavado con champú sin siliconas, parabenos y sulfatos; Brad Pitt con la cara pintada de negro de regreso de una fiesta de cumpleaños conduciendo por Alabama al encuentro de su destino fatal con la bala de un policía temeroso y racista (tres de sus hijos en el asiento trasero del coche familiar); creadores de memes apestosas que lloran antes de acostarse mientras supuran su mala baba innata; policías depresivos viendo en bucle capítulos de Canción triste de Hill Street; barbudos del Estado Islámico derribando los postes y los largueros de las porterías de campos de fútbol de tierra, azotando a los niños en la espalda donde, entre los jirones de una camiseta roja, aún puede verse con dificultad el número 6 de Iniesta; Mauricio Babilonia, herido para siempre es separado de Remedios (esta sí es Meme sin desdoro) y de su hijo, otro Aureliano que vivirá en mitad de la soledad y la violencia, como un continente hecho volcán. Todo lo cuenta ELLE en su edición británica. Lo que no cuenta es que “en el tejado del colegio de notarios ha nacido un árbol y desde entonces nadie se ha preocupado de cortarlo. Está a la vista de ciudadanos y turistas”.