Murphy, en la calle Ferraz

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

30 sep 2016 . Actualizado a las 08:32 h.

El Partido Socialista cumple a rajatabla la ley de Murphy: todo lo susceptible de empeorar, empeora. Empeoró del miércoles al jueves, del jueves al viernes y el sábado sabe Dios lo que ocurrirá en el comité federal. De momento, se ignora si los críticos dejarán asistir a Pedro Sánchez porque, según los estatutos, está cesado. También se ignora lo que se someterá a votación, que puede ser la creación de una gestora, la convocatoria de un congreso extraordinario o, puestos a suponer, la guerra civil socialista. Un ilustre militante me resumía ayer su pronóstico con este desaliento: «Con suerte, el comité llegará a celebrarse; con mucha suerte se llegará a votar algo, y con muchísima suerte se decidirá algo». Y yo le respondí: «Te falta un supuesto, que los dos bandos lleguen a las manos... con un poco de menos suerte». Se completaría el círculo de Murphy.

El día de ayer nos dejó escenas de película surrealista: un secretario general encerrado en un despacho sin dar más señales de vida que la propia noticia de su estancia, pero con una imagen demoledora de atrincheramiento; una presidenta de la mesa del comité federal que dice «la única autoridad soy yo», pero el guarda de seguridad tenía instrucciones de no dejarla entrar y no entró; los bandos enfrentados se arrojan los estatutos como si fuesen piedras; empiezan las dimisiones en ejecutivas provinciales, unas a favor de Sánchez y otras para acelerar su caída; se suman a la rebelión nombres históricos como José Bono, mientras Joaquín Leguina se convierte en profeta de lo ya pasado: «A Pedro se le debió obligar a dimitir hace mucho tiempo»; durante todo el día se esperó la voz de Susana Díaz, como si fuese la tabla de salvación; los periodistas apiñados en la puerta empiezan a plantearse que esto no acaba en una mesa de diálogo, sino en los juzgados; alguien todavía se atreve a invocar el diálogo, como si fuese posible cuando no hay un mediador ni nadie disfruta de neutralidad, ni de autoridad, ni de carisma, ni de respeto ganado para liderar una negociación. Ni Felipe González, alineado con los rebeldes y partidario de dejar gobernar a Rajoy.

Es la crónica del caos. Es la crónica de un despropósito: un partido de 160.000 militantes que asisten al espectáculo bufo de ver cómo se autodestruye. A su lado, los de Podemos miran la historia de Grecia, recuerdan el hundimiento del Pasok y sueñan con repetir en España el éxito de Syriza, su espejo europeo. Al mismo tiempo, Puigdemont habla en Cataluña de referendo y de independencia, poniéndoles fecha. Pero los socialistas están a lo suyo: no tienen tiempo ni cuerpo para pensar en España. ¡Que otros resuelvan los problemas del país! ¡Nosotros estamos en el harakiri!