Rajoy sin rival

OPINIÓN

04 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Pocas veces una victoria merece tanto el calificativo de pírrica como la obtenida por Susana Díaz y sus «barones» sobre Pedro Sánchez. El precio ha sido altísimo. El PSOE, ya muy afectado por las derrotas electorales y la desorientación de sus dirigentes desde 2010, aunque las causas de sus problemas se gestaron mucho antes, es hoy un partido dividido, desmoralizado y desacreditado. Mariano Rajoy puede, a pesar de los juicios por corrupción, elegir entre exigirle al PSOE, más que un pacto, una rendición o convocar unas elecciones en las que obtendrá una cómoda mayoría. Solo los muy fieles confiarán en un partido sin líder, o con uno improvisado, e incapaz de gobernarse a sí mismo, ya comienzan a utilizar este eslogan los dirigentes del PP.

Lo peor es que Unidos Podemos no puede ganar las elecciones y es muy difícil que lo logre en muchos años. El tacticismo cortoplacista de Pablo Iglesias le ha conducido a situar como principal objetivo político el llamado «sorpasso», que su partido se sitúe por delante del PSOE, sin comprender que solo puede gobernar con él, que la crisis socialista solo servirá para convertirlo en una cómoda, a veces pintoresca, oposición. La izquierda desaprovechó la victoria electoral de diciembre de 2015 y ha dejado a Rajoy sin rival.

Algunos analistas bondadosos han intentado comparar la crisis del PSOE con los debates ideológicos que se producen en otros partidos socialdemócratas europeos, pero que los problemas de la socialdemocracia tengan causas universales no supone que su reflejo en España sea comparable. El mediático señor Carmona y otros dirigentes socialistas se han encargado de proclamarlo a los cuatro vientos: los que querían derribar a Pedro Sánchez son los que establecieron en el comité federal la política del «no es no»; muchos de los que se oponen al pacto con Unidos Podemos en las Cortes mantienen acuerdos de gobierno con esa organización en sus autonomías o ayuntamientos; Pedro Sánchez fue el que pactó con Ciudadanos... Como dijo Susana Díaz, no hay socialistas de izquierda o de derecha. Es decir, solo hay socialistas enfrentados porque desean controlar el partido. Un partido al que todos dicen querer, pero que ninguno duda en hacer lo posible por destruir.

Pedro Sánchez fue la opción de «derecha», apoyada por Susana Díaz frente a la «izquierda» que suponía Eduardo Madina, cuando accedió a la secretaría general. Era un líder temporal, destinado a ceder el testigo cuando la baronesa andaluza lo considerara conveniente. El problema surgió cuando decidió asumir plenamente el liderazgo del partido, las zancadillas comenzaron antes de la campaña electoral de diciembre de 2015. Nunca se planteó un debate de ideas. No cabe duda de que Sánchez, como Zapatero, no supo rodearse de una dirección capaz que pudiera actuar con solvencia en el debate político. Era evidente su bisoñez y su falta de habilidad para la negociación. Las propuestas fueron sustituidas por argumentarios ad hoc, simples, reiterativos y tan volubles como la propia situación del país. Había muchas razones para relevarlo, lo que resulta incomprensible es que, si bastaba una votación negativa o una moción de censura en el comité federal, se optase por la dimisión de parte de la ejecutiva, se produjese una especie de golpe palaciego sin verdadero debate político y se provocase el esperpento que el partido socialista representó durante los últimos días. Puede que, como sostuvo un militante periódico madrileño, Pedro Sánchez sea un «insensato sin escrúpulos» ¿qué serán, entonces, Susana Díaz y sus barones?

La gran ventaja para Rajoy es que el hundimiento del PSOE no convertirá a UP en alternativa de gobierno. La España del siglo XXI no es la de 1936, ni un país latinoamericano. Las desigualdades sociales y las injusticias, agravadas por la crisis, son importantes, pero es un estado con una de las rentas por habitante más altas del mundo, en el que la mayoría, incluso quienes sufren dificultades, tiene bastante que perder. Es inevitable que buena parte del electorado que desea acabar con la corrupción y las políticas del PP evite también las aventuras, opte por el voto a una izquierda moderada y, si esta le falla, se incline, antes que por la que considera radical o incompetente, por la abstención, por Ciudadanos o por el propio PP, tapándose la nariz, en busca de estabilidad.

Unidos Podemos tiene el problema de que si intenta atraerse al electorado de centroizquierda puede perder a parte del que prefiere propuestas más radicales, pero los vaivenes que ha protagonizado en los últimos meses acaban limitado su crecimiento por ambos lados. Por otra parte, como le sucedió al PSOE en la transición, necesita inspirar confianza, demostrar que tiene gente capacitada para gobernar y que cuando le corresponde sabe hacerlo. Las municipales de 1979 fueron decisivas para el PSOE, se centró en hacer cosas para los ciudadanos, por encima de los gestos más o menos teatrales, y preparó su victoria de 1982. No basta con atraer el voto de castigo, para ganar hay que inspirar confianza y eso exige personas cualificadas, coherencia, propuestas concretas y hechos. Probablemente UP lo logre, pero no en unos meses. Hoy, Podemos y el PSOE se necesitan, si quieren gobernar deben aprender a pactar y a hacerlo en coalición, asumiendo responsabilidades compartidas.

Aunque es un partido indudablemente más sólido, la crisis del PSOE recuerda a la de la UCD. Entonces, el voto moderado de la derecha se fue hacia el PSOE, el más duro consolidó a AP como principal fuerza de la oposición, un verdadero regalo para Felipe González. Es de desear que Pablo Iglesias no se conforme con convertirse en el Fraga Iribarne de la izquierda.

Nada es irreversible, pero salir de las crisis exige tiempo. Hoy el PSOE no tiene otra alternativa que permitir un gobierno del PP con el apoyo de ciudadanos y obtener un margen para reconstruirse. Unidos Podemos debe aprovechar para madurar, realizar una buena labor en la oposición y convertirse en una alternativa sólida, si busca atajos se arriesga a tropezar.

Cabe la posibilidad de que un maquiavélico Rajoy deseche incluso la abstención del PSOE y fuerce las elecciones para conseguir más diputados, la inquebrantable fidelidad de sus electores, inmunes a cualquier desmán, puede incitarlo, pero hasta su paciencia debe tener un límite, sería jugar con fuego.