El remolino de las palabras

OPINIÓN

06 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No hace falta decir que el lenguaje no es inocente. Toda palabra posee un contenido que puede ser manejable por cualquiera que se lo proponga. El lenguaje no es neutro, ya que posee valor y emoción en cada palabra clave que utilizamos.

Hoy en día casi todo el mundo entiende el vocabulario que se emplea para tergiversar una acción determinada. A mí me gusta la palabra pacificar que significa establecer la paz donde había guerra o discordia, y que en realidad oculta e implica, casi siempre, arrasar todo lo que un grupo humano pacificador encuentra por delante con el propósito de invadir el territorio que se desea explotar más y mejor.

Pero las palabras tampoco engañan a los que buscan descifrarlas. Los que mienten son los que las utilizan de manera perversa, es decir, las personas que a sabiendas emplean la palabra como un arma en contra del «otro». Una palabra de moda en España es bloquear, todos la utilizan para acusar al «diferente» de que están impidiendo la evolución normal de una sociedad. Y lo que es peor, el intelectual se pone a discutir sobre tal vocablo, eso sí, con mucha pereza, ignorando la implicación que supone para un país el que no pueda moverse al compás de los tiempos que no solo corren, sino que vuelan.

En España hemos entrado en una nueva fase histórica en la que la fe puede con la razón. La idea no es nueva en nuestra cultura, pero ahora se lleva a la práctica de una manera mucho más evidente, puesto que al politizar hasta a la misma Política, el político se encuentra en un estadio metafísico constante. Es decir, en las nubes, en donde flota al compás de los vientos de unas creencias en las que solo cree él y sus dos o tres acompañantes, esos que repiten lo mismo que dice el gran creyente, que se cree, aun encima, el salvador de todos.

Y hoy el ciudadano experimentado se está dando cuenta de que se hace necesario que los nuevos políticos bajen de sus nubes, en donde la utopía sin posibilidad de ser aplicada se está edificando sobre bases muy poco verosímiles. Se comienza a pensar que es necesario remover la hegemonía política que sostiene a algunos partidos para convertir esa fe en razón. Y como en los cuentos en donde el caballero enfebrecido sale de viaje mítico en busca del Santo Grial que contiene la vida eterna, el político reincidente nunca encontrará una salida razonada a su aventura, dado que se halla enfundado en su fe ciega y poco dialogante.

España necesita volver a la razón, es decir, a pensar en lo qué realmente es lo mejor para todo el país, dejando al lado las peripecias de partido que solo merecen la incomprensión del ciudadano, abandonado de toda causa de un futuro más halagüeño.