Adrián, el enfermo es este país

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

12 oct 2016 . Actualizado a las 10:08 h.

Hoy, que es la Fiesta Nacional de España, la quiero celebrar con un pequeño gesto: sin hablar de la ronda del rey, ni de la investidura, ni de la Gürtel, ni de Puigdemont, ni de las tarjetas que burlaron al fisco. Tengamos la fiesta en paz. Sí necesito fijarme en esa otra España cuyos máximos representantes han sido dos niños, casualmente de ocho años cada uno: una cría a la que apalearon un grupo de alumnos y un muchacho enfermo de cáncer que de mayor quiere ser torero y por semejante delito alguien dijo en las redes que merece morir por tener una vocación tan criminal.

El caso de la niña salvajemente agredida es un grave exponente de algo que parece crecer sin nada ni nadie que lo frene: el acoso en la escuela, que ya produjo algún suicidio. Traté este asunto en la televisión y recibí decenas de llamadas de padres pidiéndome que insista, porque tienen un drama en casa y no saben qué hacer. Empiezo a pensar que entre las agresiones sexuales y el bullying se está privando a toda una generación de una infancia feliz. Las páginas de sucesos están demasiado pobladas de niños y adolescentes y de conmovedoras historias infantiles.

El caso de Adrián también lo hemos visto en los telediarios: un crío enfermo de cáncer cuya ilusión en su difícil vida es ser matador de toros. Grandes figuras de la tauromaquia le rindieron homenaje. Pero un par de hijos de mala madre (o hijas, que en Internet no sabemos de quién hablamos) se refirieron a él en términos que llaman al Código Penal, deseándole y anunciándole la muerte y quejándose de que la sanidad pública trate de curarlo «con mi dinero». Hasta ese extremo llegan un par de antitaurinos sin alma, tan crueles y tan fundamentalistas que pueden llegar a condenar a muerte a un pobre crío enfermo, con tal de que no llegue a matar un toro.

Se habla de posible delito de odio, pero eso sería lo de menos: un presunto delito se demuestra, se juzga, se condena a su autor y asunto resuelto. Aquí hay algo más: hay una extensión del rencor por todas las generaciones y capas sociales. Quienes atacan a una niña porque les parece varonil que le guste el fútbol han sido educados en esa escuela de violencia en que se ha convertido la actualidad. Quienes se refieren así a un niño que quiere ser torero son producto de un rencor capaz de criminalizar a inocentes. Lo vemos crecer ante nuestros ojos. Se fomenta con las campañas que tratan de presentar la tauromaquia como un asesinato de animales. La única duda que tengo es: ¿será también un reflejo de los ejemplos de intransigencia que se observan en algunas relaciones políticas, después de escuchar tantas veces cómo se criminaliza o se llama «asesinos» a algunos dirigentes? Espero que no.