Mercaderes

Miguel Barrero
Miguel Barrero REDACCIÓN

OPINIÓN

14 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Es imposible negociar con los nacionalistas porque sus pretensiones pasan por desmadejar la Constitución, pero no se puede permitir que la trama Gürtel constituya una tapia que obstaculice los acuerdos con el Partido Popular. La doctrina la impartieron los altos mandos del PSOE investidos tras la gloriosa rebelión de octubre y sus apóstoles la predican por doquier, del oriente al occidente, orillando con circunloquios su absoluto sinsentido. Mariano Rajoy, mientras tanto, anda por ahí diciendo que con Javier Fernández, a quien unos consideran el máximo referente del socialismo moderno y otros han definido como un mero liquidador concursal, sí puede uno charlar tranquilamente. No es que al líder de la gestora le quieran más fuera que dentro de su propio partido, es que los mayores elogios se los están dedicando el editorialista del ABC y los capitostes del conservadurismo patrio. No me parece que sea para enorgullecerse, pero aquí cada cual se busca las amistades donde puede. Él sabrá.

El problema es otro. Por antipáticas que resulten unas ideas, por nefandas o perniciosas que nos parezca el razonamiento que las auspicia, siempre será preferible confrontarlas antes que tenderle la alfombra al latrocinio. Por descabellado que pueda ser hallar un encaje constitucional a las pretensiones independentistas, siempre será mejor sentarse a hablar con quienes defienden eso que con los que fundieron presupuestos autonómicos, allí donde tenían mando en plaza, levantando aeropuertos sin aviones, circuitos de automovilismo inhábiles y mastodontes calatravescos mientras deshacían herramientas tan básicas para la conformación de un Estado del bienestar como la sanidad y la educación. La lección queda bien clara para las generaciones venideras: por mucho que digan, a la larga siempre sale mejor corromper España que intentar romperla. Es más honorable trincar de tarjetas opacas y privatizar hasta las ganas de ir al baño que pretender modificar una sola coma de nuestra inmaculada Constitución. Teme Javier Fernández que el PSOE se podemice, es decir, que se muestre como un partido de izquierdas, olvidando consciente o inconscientemente que el partido alcanzó sus mejores resultados cuando se diferenció claramente del PP y atrapó los votos que en estos últimos tiempos se le han venido escapando por la siniestra. Se refieren él y los suyos a la responsabilidad de Pedro Sánchez en el desastre sin mencionar que éste tuvo como principal culpable a Zapatero, el admirador de Susana Díaz y muñidor de aquellos encuentros secretos con Errejón e Iglesias, y a su decisión de retocar la ahora intocable Carta Magna sin consultar no ya a la ciudadanía, sino ni siquiera a los propios miembros de su Gobierno. En pleno delirio restauracionista, los anquilosados barones y los envejecidos líderes están dispuestos a hundir su propia nave a costa de dar por buena la estrategia de Rajoy, que sigue de brazos cruzados a la espera de que Fernández y los suyos le solucionen la vida, y validar el discurso de Podemos, que a partir de ahora se sentirá plenamente legitimado para esgrimir su leitmotiv del PPSOE apoyándolo en la claudicación del comité federal. Como no creo que estén tan obcecados para no percibir esta obviedad tan estridente, habrá que concluir que algo huele a podrido en Ferraz 70, o en el palacio de San Telmo, o dondequiera que se encuentre el verdadero epicentro de la intelligentzia socialdemócrata. Una militante casi centenaria concedía esta semana una entrevista en la que lamentaba la deriva ideológica y moral por la que estaba navegando el partido al que lleva dedicada toda su vida. Javier Fernández, tan buen lector como dice ser, debería echarle un ojo un día de estos a las páginas del Nuevo Testamento. Quizá le resulte familiar el pasaje en el que se habla del templo y los mercaderes.