Un paso adelante, dos pasos atrás

OPINIÓN

18 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Probablemente quien lea este artículo considere una humorada que utilice a Lenin para comentar la crisis de un partido heredero de la tradición menchevique, quizá incluso algún bolchevique actual lo juzgue como una blasfemia, pero Don Vladimiro viene al caso porque era un político inteligente, que supo combinar principios firmes con pragmatismo. De no ser así, nunca hubiera logrado el triunfo de la revolución en octubre de 1917. Quizá la NEP, la nueva política económica que Stalin abortaría después bruscamente para tomar un sangriento atajo hacia la industrialización, sea una de las pruebas más evidentes.

En Un paso adelante, dos pasos atrás el líder socialdemócrata ruso analizaba lo sucedido en el segundo congreso de su partido, en el que obtuvo la mayoría, de ahí el apelativo de «bolchevique», frente a quienes, con tendencias que él definía como anárquicas y autonomistas para las organizaciones regionales, se oponían a que hubiese una dirección centralizada. En la práctica, el modelo bolchevique, que no era incompatible con el debate interno e incluso con la creación de tendencias organizadas, acabó generalizándose, también entre los partidos «burgueses». Nuestro Partido Popular no solo lo aplica, lo ha llevado a tal extremo que se asemeja más al de Stalin que al de Lenin, con la salvedad no menor de que caer en desgracia ante su líder conduce a la muerte política, no a la física. Podemos comenzó como una organización asamblearia, pero hoy se acerca mucho más al centralismo democrático.

Como ha sucedido siempre, la cultura del imperio se impone en el mundo del siglo XXI. Por ejemplo, a quienes nos dedicamos a la enseñanza nos ha tocado soportar las llamadas «ceremonias de graduación», en las que se reparten inútiles diplomas de pega incluso a quienes no se han graduado y que ya llegan hasta los parvularios. Lo malo de imitar las modas del imperio es que puede suceder lo que les ocurría a los galos romanizados de los cómics de Asterix: caer en un sincretismo un tanto hortera y poco funcional. Con las primarias ocurre algo de eso. En EEUU los partidos políticos son muy distintos a los europeos, no tienen una verdadera dirección, tampoco auténticos congresos, porque su ideología es aún más difusa. Recuerdo a George Wallace, el reaccionario y racista sureño, eterno aspirante a la candidatura demócrata a la presidencia, que incluso llegó a competir con el izquierdista George McGovern, un Corbyn o un Sanders de la época. Algo así como si en España conviviesen los señores Albiol e Iglesias en el mismo partido. El PSOE importó unas primarias, pero no abiertas a los electores, solo para militantes, y en las que se elige incluso al secretario general, que normalmente debería ser también el candidato en las elecciones, pero que debe someterse a la línea política que le marcan el congreso y el comité federal. El sistema falla, la última crisis lo ha demostrado.

Acaba aquí la analogía con la crisis de los socialdemócratas rusos de 1903, no pretendo convertir a la señora Díaz en bolchevique, tampoco a Javier Fernández, ni siquiera a Tini Areces, aunque supongo que él recordará bien las referencias literarias que utilizo en este artículo.

«Pero los hechos son tozudos, como afirma el dicho inglés, y de grado o por fuerza hay que tenerlos en cuenta». Esta frase, que aparece en su libro El imperialismo fase superior del capitalismo, es una de las más repetidas de Lenin, pero viene muy al caso. A mí también me resulta muy desagradable, pero es un hecho que la falta de entendimiento de la oposición impidió que se formase gobierno tras las elecciones de diciembre y que en las de junio el PP salió reforzado: cuenta, en solitario, con 137 diputados, más de los 130 con los que Pedro Sánchez quiso ser investido, y con Ciudadanos son 169, mientras que PSOE y UP no suman más que 156. Además, el conflicto interno ha dejado al PSOE dividido, sin líder y sin credibilidad ante los ciudadanos. Por poco fiables que sean, todas las encuestas coinciden en que unas terceras elecciones solo servirían para reforzar al PP y permitirían el «sorpasso» de UP solo gracias a la abstención, es decir, sin que creciese su número de votos y su representación parlamentaria.

Me voy a permitir una última cita de Lenin, esta vez de La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo: «Aceptar el combate a sabiendas de que ofrece ventaja al enemigo y no a nosotros, es un crimen, y no sirven para nada los políticos de la clase revolucionaria que no saben «maniobrar», que no saben proceder «por acuerdos y compromisos» con el fin de evitar un combate que es desfavorable de antemano». Independientemente de que forzar las terceras elecciones solo serviría para alejar todavía a más gente de la política, para deteriorar la imagen de los partidos, de todos, y de las instituciones, es preferible un parlamento en el que el PP se vea obligado a pactar desde el gobierno no solo con C’s, sino también con otros partidos, en el que estos puedan aprobar incluso leyes por propia iniciativa, a otro con una clara mayoría de la derecha.

Es innegable que al PSOE le va a costar explicar la abstención en la investidura, aunque más difícil sería que se comprendiese una abstención de tapadillo, vergonzante. Se trata de una decisión política, no «técnica», y, si la adoptan, como tal deben asumirla y explicarla. Aunque no es lo mismo una abstención que un sí, entiendo perfectamente que los diputados quieran votar no a un gobierno del que es, sin duda, el partido de la corrupción y con el que tienen profundas divergencias ideológicas, pero una situación difícil a veces obliga a tomar decisiones incómodas. Como es lógico, desde Unidos Podemos lloverán las críticas hacia el PSOE, compite por su espacio electoral y debe aprovechar la crisis del rival más inmediato, pero también se vería favorecido si unas nuevas elecciones sitúan a Pablo Iglesias como líder de la oposición parlamentaria. Eso sí, si desea limitar los daños, el PSOE debería hacer esfuerzos por definir su política antes de la investidura y explicarla adecuadamente en el debate. No parece que esté bien encaminado ¿cómo sigue Antonio Hernando de portavoz parlamentario? ¿Es la persona más adecuada para defender la abstención cuando todo el mundo recuerda lo que decía hace solo unos días?