El milagro de la Fundación

Graciano García García

OPINIÓN

21 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Así, poco a poco, fue fraguándose lo que se ha llamado «el milagro de la Fundación», al conseguir lo que parecía imposible y hacer realidad nuestra contribución al servicio de la cultura. Hemos conseguido lo que ya hoy es un espléndido patrimonio de todos los españoles: tener los Premios más importantes del mundo tras los Nobel.

Desde sus inicios, la Fundación ha contado con el decisivo apoyo de la Corona. Es de justicia recordar hoy el relevante papel que desempeñó mi querido e inolvidable Sabino Fernández Campo, que en aquellos años era Jefe de la Casa de S.M. el Rey. Sin su apoyo decidido la Fundación no habría nacido. Lo sé muy bien. También los presidentes sucesivos que ha tenido la institución: Pedro Masaveu, Plácido Arango y José Ramón Álvarez Rendueles y ahora Matías Rodríguez Inciarte. Y el apoyo y generosidad de tantas personas, instituciones y entidades que nos han ayudado de manera definitiva y desinteresada desde el Patronato.

La Fundación siente un justo orgullo hacia las mujeres y los hombres que han sido premiados a lo largo de todos estos años y que son, como han sido llamados, un cuadro de honor de la humanidad. Todos ellos son quienes, a veces de manera solitaria y sacrificada, hacen posible un mundo mejor. Los Premios -en los que se reconoce el mérito de ese esfuerzo callado y desinteresado, el no renunciar nunca a la hermosa utopía, que hemos hecho nuestra, de que nadie se sienta solo en la búsqueda del progreso, la belleza y la libertad-, concentran lo mejor del ser humano.

Arropados por el cariño y la consideración de los asturianos, alentados por el interés que los españoles muestran hacia nuestras actividades y por el reconocimiento de la institución más allá de nuestras fronteras, y seguros de nuestra contribución al éxito de estos ideales y a la mejora de la institución, nuestro trabajo se hace más fácil. Nuestro mayor deseo es seguir ofreciendo una imagen de Asturias y de España como una tierra sensible, moderna, abierta al futuro, en la que se valoran y se reconocen la cultura, la paz y la solidaridad.

El prestigio de nuestros premiados en esta edición y el de quienes los precedieron en ediciones anteriores son los artífices del prestigio y el elevado reconocimiento de que gozan los Premios en la escena internacional. El interés por nuestros galardonados no ha parado de crecer exponencialmente en los últimos años y parece que nunca se acaba de tocar techo ni de cerrar las puertas a la sorpresa que supone el fallo de alguno de los premios en cada edición, lo que pone de manifiesto una vez más el acierto de los jurados. Basta para certificarlo el seguimiento de los medios de comunicación de todo el mundo, y de sus informaciones, opiniones y comentarios sobre todo lo que rodea a los premios. Una repercusión que también permite comprobar su vigencia y su elevada consideración en los circuitos científicos, culturales y humanísticos de todo el mundo.

Y desde otra perspectiva más ligada a su repercusión en Asturias, los premios mantienen su compromiso con la comunidad que los acoge desde sus orígenes. Una tierra que cada mes de octubre proyecta su imagen al exterior, eleva su autoestima y se sitúa en positivo ante el mundo como centro de producción intelectual y de intensidad cultural. Y ello sin contar con la repercusión, de carácter netamente asturiano, que tiene la entrañable entrega del Premio al Pueblo Ejemplar de Asturias, un galardón que se otorga a los pueblos o grupos humanos en reconocimiento a su defensa de valores sociales, ambientales, patrimoniales o comunitarios.

Así, año tras año, defendemos nuestra convicción de que las sociedades que no reconocen la ejemplaridad no tienen futuro porque en ellas hay un subsuelo del mayor de los males: la injusticia, la falta de generosidad y de grandeza.