Bob Dylan, las elecciones USA y nosotros

OPINIÓN

22 oct 2016 . Actualizado a las 12:00 h.

Creo que existen tantos Dylan como personas aficionadas a su talento musical y poético nos damos cita en este mundo. Cada uno seguro que está marcado especialmente por alguna de sus canciones, vinculado a episodios significativos de nuestra evolución como personas a lo largo de los años. Yo no soy una excepción y mi primer encuentro con el ahora premio Nobel tuvo lugar en los primeros años setenta, recién llegado a la facultad de Ciencias Políticas de la Complutense donde buscaba algo más de lo que me daban en la licenciatura de Ciencias Económicas que cursaba en el CEU (Centro de Estudios Universitarios). La inmersión en lo que entonces era uno de los templos de la subversión y la contracultura de aquellos años supuso un brutal contraste para un chico inquieto pero de procedencia acomodada que simultaneaba estudios en un centro privado como era el CEU con el hogar intelectual de todos los «rojeríos» madrileños. Y una vez allí no es de extrañar que me sintiera atraído por el nuevo mundo de los estudiantes comprometidos e intelectualmente enfrentados con el rancio y conservador ambiente del franquismo.

Y el primer Dylan que conocí es el autor de la canción «George Jackson», el revolucionario negro asesinado con 29 años por los guardas de la prisión californiana donde había entrado hacía 10 años condenado a un año por robar 70 dólares en una gasolinera. Descubrí así la otra cara de los Estados Unidos, un país que siempre me había fascinado pero que tenía un trato cruel e inhumano hacia su minoría negra hasta el punto de que su sistema penitenciario se convertía en una máquina de triturar seres humanos y donde una condena de un año a un chico negro de 19 años por un delito menor se alargaba y acababa produciendo una persona concienciada y revolucionaria cuyas denuncias, resistencias y actitud insumisa solo se pudieron frenar con su asesinato en la prisión.

Han pasado los años y todavía nos encontramos en Estados Unidos con episodios de racismo y comportamientos de dudosa violencia policial ejercida sobre las minorías negra e hispana, así como de una elevada proporción de población carcelaria de esas procedencias que muestran la profundidad de la herida causada por la esclavitud y por la dificultad para la convivencia armoniosa de las diversas etnias que pueblan ese país.

¿Es la actual campaña electoral una buena oportunidad para debatir sobre estos asuntos y esperar propuestas en un sentido esperanzador? El candidato republicano Donald Trump parece haber escogido una fórmula preocupante cuando pone en el centro de la diana a los inmigrantes (y especialmente a los hispanos) y les culpabiliza de los problemas de empobrecimiento que afectan a buena parte de la clase media trabajadora estadounidense. Quizá porque las verdaderas causas de la inseguridad económica y las desigualdades crecientes se alimentan de complejas raíces que están más allá de las simples recetas y de las líneas rojas que puede admitir la política republicana, resulta más sencillo acudir al chivo expiatorio de los extranjeros de piel más oscura contra los que se pueden movilizar las energías y los votos de una población atemorizada por su falta de expectativas dentro de un sistema que está mostrando sus limitaciones.

Sin embargo la rudeza del candidato republicano y la simpleza de sus recetas  no están sirviendo para que se destaque en la carrera electoral la candidata demócrata, Hillary Clinton. Sobre todo los llamados «millenials», los votantes en la franja de edad 18-34 desconfían en grado sumo de una trayectoria política que consideran demasiado vinculada a los poderes económicos de las grandes corporaciones y a los intereses creados por la poderosa máquina de lo que históricamente se ha denominado el «complejo militar-industrial». Esas fuerzas que han guiado durante décadas la política interior y exterior de los Estados Unidos son también las responsables de la desigualdad y del empobrecimiento, un paisaje demasiado habitual en muchas zonas y ciudades de ese país. Los estudiantes universitarios en particular han visto como ha crecido en los últimos años el endeudamiento crediticio con el que tienen que financiar sus matrículas. Las conexiones entre la candidata demócrata y Wall Street arrojan muchas dudas acerca de su credibilidad para poner freno al gran poder e influencia que ejercen las instituciones financieras norteamericanas en su sistema político.

La potente campaña del candidato perdedor en las primarias demócratas, Bernie Sanders, con su espectacular movilización sobre todo de gente joven, asustó al aparato del partido que estaba detrás de Clinton y les obligó, según revelaciones de correos internos hecha por Wikileaks, a romper la neutralidad debida y emplearse a fondo para favorecer a la candidata oficial.  Y aunque Bernie Sanders aceptó su derrota y mostró al cabo de unos días su apoyo a la ganadora está por ver el comportamiento electoral de toda esa gente que se movilizó para empujar a ese «joven» veterano que les hablaba en un lenguaje claro y directo, avalado por una larga trayectoria como luchador infatigable tanto en su estado de Vermont como en el senado de Estados Unidos.

Como el sistema político norteamericano tiene un claro sesgo hacia el bipartidismo, que para muchos no deja de ser equivalente a un partido con dos alas, es difícil que aparezcan otras formaciones políticas con opciones de gobierno. Aún así, en esta campaña está en juego también construir un movimiento que sea una alternativa al estatus quo y en esa tarea la candidatura del Partido Verde encabezada por la doctora Jill Stein ha conseguido apoyos de mucha gente joven que ya no comulga con el esquema tradicional de dos partidos que no les ofrecen soluciones a sus problemas. Como siempre, los movimientos sociales más luchadores tienen un espacio favorable para ir creciendo en la vida local de sus comunidades y los próximos tiempos dirán si todas esas energías de la gente que no renuncia a tener vidas decentes y que ya no confía en los dos grandes partidos logrará hacerse cada vez más visible.

Mientras tanto estaremos atentos al desenlace del próximo día 8 de noviembre. Y ahora que ciertas voces de la sociedad norteamericana se quejan de la injerencia de otros países en sus elecciones acusando a Rusia de las filtraciones de Wikileaks, hay que recordar que si ese fuera el caso, todavía quedarían muchas elecciones hasta que otros países igualasen la capacidad de las administraciones norteamericanas para intervenir en los asuntos de otras naciones. Dados los retos a los que se enfrenta la humanidad en este siglo, más allá de las fuerzas de cualquier nación individual sea esta Estados Unidos, China, Rusia o cualquier otra, quizá no estaría mal pedirle a Bob Dylan una última colaboración en forma de canción que inspire a las nuevas generaciones para «llamar a las puertas del cielo».