Leonard Cohen: la tela prendida en fuego

Belén Suárez Prieto OPINIÓN

OPINIÓN

11 nov 2016 . Actualizado a las 19:42 h.

En mi caso, sucedió al revés de lo común. No fui la hermana mayor que descubre a Leonard Cohen a sus hermanos pequeños. En mi caso, sucedió al revés, no cumplí mi papel, y mi hermana, más joven que yo, trajo a casa Songs of Leonard Cohen, en un vinilo que ya nunca volvió a ser de ella, y me lo mostró.

Nada volvió a ser lo mismo.

Al poco tiempo, llegó a casa el I’m your fan, el disco de versiones del maestro canadiense patrocinado por la revista francesa Les Inrockuptibles, y no solo nada volvió a ser lo mismo, sino que decidí dejar de salir fines de semana, en aquella edad esto era casi impensable, para traducir aquel libreto.

Y me di cuenta de que ya no había remedio, there ain’t no cure, no hay remedio para el amor. No me di cuenta, entonces, es verdad, fui consciente años más tarde, cuando no hay remedio para el amor, cuando entendí que no hay forma más elegante y más dolorosamente cínica de que en una ruptura te digan hey, that’s no way to say goodbye.

A partir de ahí, quise ser Jane, Alexandra, Janis, Nancy, Suzanne. Pero, siempre, y sobre todo, ella, Marianne, cuando me di cuenta de que no hay remedio para el amor, aunque ser modelo noruega rubia en la Hydra de los sesenta no nos salve, no nos salva, nunca dijimos que fuéramos valientes.

Después vino la foto que tomó Iván Martínez cuando Cohen estuvo en Gijón y me regaló. A partir de ahí, mi relación con Cohen se volvió cotidianamente doméstica, pues puse la foto en la sala de mi casa y parloteaba, parloteo, un rato, casi cada noche, y él me da consejo, en forma de canción, yo le pido, qué hago, y él siempre tiene palabras, años llenos de palabras, de palabras engarzadas en un collar de perlas blanquísimas, por qué no lo intentas, me dice,  why don’t you try, y yo le devuelvo sus palabras, las de I tried to leave you.

Bendita condena, la de que no haya remedio para el amor, aunque olvidemos rezar por los ángeles, bendita condena, aunque no haya salvación, o porque no la hay, está en las Escrituras, bendita condena de hacer lo que ordenan las canciones, esas tiranas que nos manejan como les da la gana, bendita condena, la de que sigamos todavía haciendo el amor, en nuestra vida secreta, con las canciones de Leonard Cohen.

De vuelta a Boogie Street. Sigamos haciendo el amor, de vuelta a Boogie Street.

Bendita condena, la de hacer lo que dicen las canciones de Leonard Cohen, que se ha muerto a su modo, elegantemente espiritual, ordenado, como el niño judío que va a la escuela con su traje pulcro, bendita condena que, en mi caso, provocó mi hermana, al incumplir yo el papel de hermana mayor.

Bendita condena, la de vivir, para siempre, con las canciones de Leonard Cohen pegadas en la piel, como se pega a la piel la tela prendida en fuego.