Apocalypse Soon II: la libertad es el premio

OPINIÓN

23 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

(viene de Apocalypse Soon I: nuestro final está cerca)

La materialización de los sueños de Hayek sobre el mercado y la libertad ha llevado a esta última a una cotización prohibitiva en el mercado de valores morales; y a convertirla en un sueño para quienes no pueden comprar acciones. 

La revolución neoliberal de la segunda mitad del siglo pasado fue implementando un programa que se ha revelado como un control encubierto del acceso a los recursos. Un programa que ha usurpado la democracia, administra un sucedáneo, y ha convertido a la libertad «marca España» en un sueño publicitado, irónicamente, desde uno de los organismos del gobierno que nos da esperanza mientras recauda la parte alícuota de frustración. Las dosis diarias de publicidad de loterías y apuestas tienen, tal vez, un efecto depresor en el Sistema Rabioso Central: «no tenemos sueños baratos»; «la libertad es el premio».

Cátedras y medios han contribuido notablemente a la evangelización neoliberal. Todavía hoy, habiendo quedado a la vista que la «mano invisible» nos saca la cartera del bolsillo y la vacía en los paraísos fiscales retribuyendo por el camino a los evangelizadores, resulta inquietante que algunos de estos perseveren, de una forma un tanto naíf, en sus sermones acerca de la absoluta libertad con la que los ciudadanos decidimos validar en las urnas la opción política que nos viene en gana, incluidas las que nos engañan y nos roban, las  corruptas, segregacionistas, xenófobas, belicistas, misóginas, negacionistas; mejor no seguir.

No hace falta haber desmenuzado el debate Rawls/Habermas sobre justicia, discurso y democracia, o los textos de Bobbio sobre libertad e igualdad, para percibir que tenemos una libertad análoga a la de una trabajadora para negociar individualmente con la empresa sus condiciones laborales en un contexto de paro que, junto a las reformas laborales de los gobiernos pasados, satisface la voraz codicia de una de las partes.

Y para las mentes dicotómicas conviene dejar muy claro que la alternativa al «No hay alternativa» thatcheriano no es solo Corea del Norte. Bastaría, nada menos, una democracia real, informada y participada, en un contexto de libertad tangible, no supuesta, es decir, sin miedo a que nos multen o detengan por protestar, a que nos echen del trabajo por negarnos a que abusen de nuestra desesperación, a que nos corten la luz por quedarnos sin las últimas prestaciones sociales, o a acabar debajo de un puente. Pero, de forma deliberada, no se dan las condiciones.

Y así, hemos llegado a un umbral en el que podríamos pasar de un escenario en el que se combinan un negligente hiperconsumo, la consecuente sobreexplotación de recursos naturales -también los humanos- y unos infames niveles de exclusión social, a otro que bien podría ser la nueva entrega de Mad Max: un regreso a la vida tribal autárquica con una economía basada en el trueque.

Aunque hay cierta movilización social en algunos de los países más afectados, no deja de sorprender la resignación con la que la sociedad asiste a una progresiva degradación de las condiciones de vida, a pesar de que vivimos en un mundo con recursos suficientes, de momento, aunque limitados, y no hemos sido víctimas de un guerra o catástrofe natural que justifique este retroceso en un mundo en supuesto progreso. ¡Cómo aceptar que nuestros hijos tengan peores condiciones de vida que nosotros, si no hay razones aceptables para ello! Tal vez no de manera premeditada, sino siguiendo la inercia del inmanente darwinismo social con el que justifica la temeraria acumulación de recursos por parte de una élite, el programa neoliberal ha conseguido acotar nuestras expectativas definiendo lo que es económicamente plausible o no. Hay un discurso, por ejemplo, que pretende equiparar las crisis macroeconómicas -los impersonales ciclos- a catástrofes naturales, como si no fueran en buena medida resultado de decisiones políticas, para que asumamos su inevitabilidad y nos avengamos a padecer sin demasiada resistencia. 

Cerraré este capítulo citando a otro inmigrante en América que, como Hayek, siendo austriaco y habiendo contribuido a su riqueza, es de  los pocos que Trump no despreciaría.

«La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país.

Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar», Propaganda (1928); Edward Bernays (1891-1995), experto en comunicación y padre de las Relaciones Públicas.

¿Y la próxima semana?

La próxima semana hablaremos del gobierno.