¿Qué futuro para la Unión Europea?

OPINIÓN

04 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Si hiciéramos hoy un pronóstico acerca del paisaje político que tendremos en la Unión Europea dentro de un año, es decir, después de las elecciones de 2017 en Francia y en Alemania, existen muchas probabilidades de que las tendencias conservadoras y nacionalistas hayan salido reforzadas y que las perspectivas de un proyecto europeo integrador, democrático, inclusivo y sostenible estén un poco más debilitadas. Si esto es así estaremos en un escenario que verán con satisfacción todos aquellos que, por una u otra razón, no vean factible un proyecto europeo superador de fronteras nacionales y dispuesto a compartir soberanías, recursos y competencias para hacer frente a los retos de nuestro tiempo. El Brexit ha sido una prueba fehaciente de que esta visión europea escéptica está bien anclada en uno de los principales países de la Unión y ha sido defendida dentro de las mejores tradiciones de los debates democráticos en los que el Reino Unido pone el listón muy alto.

La complejidad de la situación en la Unión Europea significa que desde el punto de vista de los anclajes que históricamente han sostenido el desarrollo de este proceso alguno de sus principales elementos no está resistiendo bien la realidad de los hechos y de los duros efectos de una crisis con múltiples dimensiones. El pacto social implícito de la posguerra europea entre capital y trabajo está siendo erosionado sin misericordia desde los años ochenta por  un capitalismo desatado que cogió nuevos bríos con la caída del muro de Berlín. Sus efectos están llegando con fuerza a los partidos políticos que han articulado históricamente las instituciones europeas, principalmente las corrientes conservadoras (Partido Popular europeo) y socialistas, que han visto como se reducían sus apoyos electorales y tenían que hacer frente a nuevos competidores con críticas de todo signo a sus políticas europeas.

Desde hace un tiempo ya, cada cita electoral en los países de la UE tiene un componente europeo explícito o implícito que lentamente va erosionando y debilitando el componente democrático e inclusivo de la integración europea. Este proceso está especialmente agudizado en la mayoría de los países del Este. Como señalaba recientemente un articulista del influyente Financial Times, Polonia y Hungría viven bajo la «larga sombra de 1989» y para ellos esa impronta es más nacionalista que europea. En el caso de los polacos significa rematar una revolución inconclusa que les libere de la influencia extranjera, ya sea la Alemania de Merkel, la Rusia de Putin, la UE, el matrimonio homosexual o los refugiados.

En los países centrales de la UE, Francia y Alemania, las citas electorales del año próximo están llenas de minas si las observamos desde sus efectos para el proyecto europeo. En el caso francés las políticas xenófobas y antieuropeas del Frente Nacional, aunque no les permitan alcanzar la presidencia de la República, seguro que contaminarán el debate político y desplazarán hacia su campo las opciones en liza. Y en Alemania están creciendo las opciones a la derecha de la canciller Merkel, con resultados inciertos para las posibles y futuras coaliciones de gobierno y para las políticas europeas.

Así pues, en condiciones de inseguridad económica y de aumento de las desigualdades económicas el debate político tiende a privilegiar las respuestas nacionales porque las instituciones europeas, como el eurogrupo, son todavía poco transparentes para que se puedan articular verdaderos debates donde se confronten las distintas visiones y soluciones alternativas al discurso hegemónico de la austeridad. Un escenario favorable para impedir un tratamiento eficaz de temas como la gran evasión fiscal ligada a paraísos fiscales tolerados por países europeos, las respuestas globales al cambio climático y la necesaria transición energética hacia las renovables, las políticas migratorias basadas en los derechos humanos o los desequilibrios causados por unas reglas que privilegian desmesuradamente a los países acreedores frente a los deudores. Un verdadero círculo vicioso que debilita progresivamente los lazos de confianza entre los países y les lleva, en algunos casos, a utilizar a las instituciones de Bruselas como un “chivo expiatorio” de sus males. Y hoy por hoy no se advierte la existencia de ninguna fuerza política significativa, país o partido, que se atreva a arriesgar una solución reformadora europea capaz de romper el nudo gordiano de una integración política y económica con reglas deficientes que actúan como un rígido corsé en muchos países.

Aún así, la esperanza de que no sea demasiado tarde para un proyecto europeo con lo mejor de nuestras tradiciones y nuestros valores reside en la existencia de múltiples iniciativas colectivas y anhelos individuales que actuando «por debajo del radar» no se rinden ante el poderío cultural y económico de unos capitalismos desatados que condicionan gobiernos y amenazan la posibilidad de una vida decente para los europeos. Y para perseverar en esa tarea y reivindicar la política que hace falta, nada mejor que recordar las palabras con las que hace casi cien años cerraba Max Weber su opúsculo «La política como vocación»: «La política significa horadar lenta y profundamente unas tablas duras con pasión y distanciamiento al mismo tiempo. Es completamente cierto, y toda la experiencia histórica lo confirma, que no se conseguiría lo posible si en el mundo no se hubiera recurrido a lo imposible una y otra vez». El año que viene y los siguientes pondrán a prueba el temple y el compromiso de la ciudadanía europea con los valores y los derechos que nos han hecho mejores.