Los últimos del pozo San Jerónimo

OPINIÓN

06 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Eran los primeros años de la década de los 90 del siglo XX, cuando HULLASA en Teverga echó el cerrojo con la connivencia, pasividad, desidia, premeditación y alevosía de las instancias empresariales y políticas de aquel tiempo - que, aunque sea de otro siglo, está muy próximo en las actitudes y aptitudes -. Fue entonces cuando aquellos valles verdes y calizos se convirtieron en una especie de experiencia-piloto del futuro negro que aguardaba a toda Asturias: éxodo, emigración, despoblación, caída demográfica y graves carencias en la creación de proyectos verdaderamente innovadores e ilusionantes, así como escasa o inexistente estrategia de verdaderas políticas de desarrollo.

Sin embargo, aquellos mineros resistentes, que anduvieron de protestas y de encierros, y que consumieron hasta la última gota de sus energías para impedir que su historia se escribiese como se escribió nunca tiraron la toalla de la dignidad. Y aunque se sabían mineros de una zona periférica, dentro de la propia periferia que es Asturias, pocos y a menudo olvidados, nunca se resignaron a perder su condición de trabajadores con conciencia, y así ha sido hasta el día de hoy.

El domingo 4 de diciembre de 2016 el castillete del pozo San Jerónimo relucía con el sol, como si alguien le hubiese sacado brillo. A sus pies, unas vagonetas, y un cuadro de entibación minera, que parece una obra de arte, más que una estructura de contención. Bien temprano Xuan de La Torre abre la antigua sala de máquinas, donde los mineros que quedan de aquella odisea y sus familiares, y los familiares de otros que ya faltan, van a celebrar Santa Bárbara con una singular procesión - dando una vuelta con su patrona alrededor del castillete que brilla y proyecta sus destellos sobre la Peña Sobia -, y a continuación con una misa.

Un improvisado altar en la parte superior de la sala de máquinas, y Sotero, el párroco, rodeado de mineros ataviados como tales, ayudando en la celebración, componen una escena cuando menos curiosa e inusual, como sacada de un documental de La 2. No falta ni el coro ni la música en directo de un teclado ni unas coplas mineras anónimas que el cura lee con soltura y convicción.

En las paredes de la sala de máquinas, decenas de fotografías de la historia de la minería tevergana en blanco y negro, y en color. Un retrato social teñido de luces y sombras, que tuvo como colofón un «industricidio», que como tantos y tantos de esta tierra, cayó en saco roto y quedó impune. Y es que si hay algo estupendo en Asturias, es que nunca nadie es responsable de nada, la culpa siempre es de los demás…

El remate, una comida de hermandad en Casa Laureano, saboreando la maestría de la mujer de Laureano en los fogones, y como invitados, uno de excepción: Gonzalo Prado, el exbarrenista del pozo Santiago, que hace unas esculturas con hilo de cobre únicas en el mundo, y que es el padre artístico del minero gigante que hay a la entrada de San Martín de Teverga.

Los últimos del Pozo San Jerónimo no se resignan a que su memoria vaya por la borda, y poco a poco van haciendo su humilde museo, con las aportaciones personales de cada uno. Viven con la esperanza de que un día su legado no caiga en saco roto…

Los últimos del Pozo San Jerónimo eran el día de Santa Bárbara una metáfora del coraje y la autenticidad, como los restos de un ejército que no se rinde ante un devastador imperialismo... La escena parecía un sueño.