Después del «brexit» y de Trump, Italia

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

06 dic 2016 . Actualizado a las 09:22 h.

I talia constituye el paradigma de la inestabilidad política. Desde que los partisanos colgaron los cadáveres de Benito Mussolini y de su amante Clara Pettaci en una gasolinera, hace siete décadas, el país tuvo 63 gobiernos. Casi uno por año de democracia. Matteo Renzi, una de las últimas esperanzas blancas de la socialdemocracia europea, se propuso poner fin a ese caos político en dos fases. Superó la primera al conseguir la aprobación, en mayo del 2015, de una nueva ley electoral, que otorgaba el 55 % de los diputados a la lista que alcanzase el 40 % de los votos. Si ninguna superaba este porcentaje, habría segunda vuelta, a la que solo concurrirían las dos candidaturas más votadas. Con una ley de este tipo, España no hubiera estado casi un año sin Gobierno: una segunda vuelta entre PP y PSOE habría desbloqueado la situación.

Pero Renzi se estrelló en la segunda fase. Para garantizar la estabilidad necesitaba también rebajar el poder del Senado, en Italia casi idéntico al del Congreso, lo que requería una profunda reforma de la Constitución. Y en esa batalla se jugó su vida política. Y perdió. El Senado conserva su plena capacidad legislativa y de bloqueo, y Matteo Renzi cierra, solo momentáneamente, la galería donde se exponen los treinta retratos de primeros ministros italianos -algunos con dos, tres y hasta cuatro mandatos- habidos desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero esa solo es la crónica de un fracaso interpretado en clave interna. Lo que nos inquieta, como europeos y como demócratas, no es el revés sufrido por Matteo Renzi, sino la victoria de las fuerzas que promovían el no en el referendo italiano. El triunfo de la extrema derecha y los anti establishment que ahora, crecidos, exigen elecciones de inmediato porque la mies está en sazón. El Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, el Forza Italia de Berlusconi o la Liga Norte de Matteo Salvini son más que un síntoma de los tiempos aciagos que se avecinan.

Lo que nos preocupa, al margen de que Renzi se equivocara al dibujar un panorama apocalíptico si perdía la consulta -además de plantear una enrevesada pregunta que ni entendía su padre-, es la creciente aceptación popular de los cantos de sirena acompañados de acordes fascistas. Que seis de cada diez italianos crean, lo ha dicho el jefe de la Liga Norte, que acaban de derrotar a los poderes financieros, a la eurocracia de Bruselas y a la canciller Angela Merkel pone los pelos como escarpias. Que 52 de cada cien británicos aboguen por romper amarras con la Unión Europea produce zozobra. Que la mitad del pueblo estadounidense entregue la gestión del imperio y el botón nuclear a un paranoico, simplemente acongoja.

No nos espanta la proliferación de demagogos: siempre los ha habido. Lo que nos alarma es el apoyo del que gozan en estos tiempos menesterosos. Decía Aristóteles que la demagogia significa la corrupción de la democracia. ¿Y qué viene después de la corrupción? Los partisanos que colgaron a Mussolini cabeza abajo lo sabían bien.