La carta

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

13 dic 2016 . Actualizado a las 08:51 h.

Ahora que no hay más que tuits, SMS, wasaps y otras formas telegráficas de expresar amores y odios, es de agradecer alguna carta. Quiero decir alguna de las cartas de siempre, de las que sirven para declarar amistades, para pedir, recomponer o romper relaciones, incluso para decir aquello tan antiguo de «me alegrará que al recibo de la presente te encuentres bien de salud». Aunque solo sea por eso, celebro que Pablo le haya escrito a Íñigo una declaración política de amor. Porque es eso: es la carta que todos los hoy mayores le hemos escrito de jóvenes a alguna moza cuando la veíamos enfriarse, distanciarse, quizá coquetear con algún rival. Cartas entre el orgullo ofendido, el miedo a la pérdida y la aparición de los celos. «Ser el preferido de ciertos poderes», le dice el autor al destinatario, «envilece los debates».

Sorprende que dos personajes que, al decir de Iglesias, lo primero que hacen muchas mañanas es llamarse para repartirse las tareas del hogar podemita -«contarnos lo que vamos a decir cada uno en los medios»- necesiten ahora un escrito público para comunicarse. Por lo tanto, no es una carta de Pablo a Íñigo, aunque así se presente. Es una carta a sus militantes y a la opinión ciudadana. Es una carta para buscar la complicidad de las bases que ambos personajes se niegan a sí mismos en sus conversaciones privadas o en los debates de partido. Es un esfuerzo último de Pablo Iglesias para presentarse como el bueno de la película, como el hombre de la integración. Sobre todo, desde que Errejón encabeza o se adhiere a un manifiesto que ya reúne cinco mil firmas y que denuncia «involución democrática» en la posición del líder de Podemos ante su «Asamblea ciudadana».

Por eso hay tanto esfuerzo en proclamar la amistad y anotar la desinformación del público. Por eso Iglesias hace un esfuerzo supremo de atracción con un «quiero que puedas trabajar a mi lado y no frente a mí», frase que repite dos veces. Por eso hay tanta lisonja en cada línea. Y por eso el escribidor termina con un «podamos siempre decirnos amigo, hermano, compañero». Palabras sensibles, incluso sensibleras, pero sin una renuncia. Pablo se considera la parte dominante en la pareja; la parte que reprende y reconviene; la parte que trata de atraer en una ceremonia típica de los períodos de celo en el reino animal; la parte que dibuja un mundo de enemigos mediáticos y políticos e insta a la defensa del hogar común.

¿Tendrá los efectos buscados? En las bases del partido, quizá. En la opinión pública general esta carta confirma que, en efecto, hay dos Podemos distintos y quizá distantes. Si sus dos máximos líderes llegan a este debate público, es que no han conseguido el acuerdo privado.