Qué ganas tengo de que acabe esto para no volver a pisar este país. Esto, o sea, lo de la justicia igual para todos, solo pasa aquí. He estado por fruncir el ceño, cerrar la boca y decirle a papá con los brazos en jarras, pues ahora no respiro, pero luego me di cuenta de que papá no me habla. Por eso también voy a largarme. Ahora voy a mi palacio y tengo que pedir permiso hasta para coger agua. Me largo a otro país en donde pueda ser la princesa que soy. ¿Francia? Ah, no, que allí cortan las cabezas. ¿Marruecos, que papá es primo? ¿Inglaterra, que mamá es descendiente de una de sus grandes reinas (bueno, y de siete zares de Rusia, dos emperadores de Alemania y cinco reyes de Grecia, ocho de Dinamarca, cinco de Suecia y uno de Noruega)? En Inglaterra nos saben tratar. O me puedo ir a New York, que el Trump ese no es royal pero tiene pinta de que le gustan las princesas. Se le ve por su ático, muy ruso. Pero de este país ¡me largoooo!
Mira cómo se han puesto porque hicimos lo que hacen todos. ¿No querían popularizarnos? Pues regatearle a Hacienda es lo más popular. Mi hermano se casó con una locutora que vivía en Valdebernardo y a todos les pareció bárbaro. Pues nosotros, los Palma, nos identificamos con la plebe de otra manera. Y por eso van y me sientan en el banquillo. Una vergüenza. A mi, una princesa. A mí, que mi papá es rey. A mí, que soy una excepción democrática. A mí, Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia. Vale que haya tenido que trabajar. Vale que la locutora ahora sea la reina. Vale que somos campechanos. Pero, ¿en el banquillo? Y el padre de mis hijos, ¿a la cárcel? Qué se creerán estos españoles. Me voy. Y no vuelvo a pisar este país, que no me merece, a mí, infanta de España, sexta en la línea de sucesión al trono de este país que no voy a volver a pisar.