La degeneración del FMI

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

20 dic 2016 . Actualizado a las 08:43 h.

La intención de Keynes, padre intelectual del Fondo Monetario Internacional, era buena. Partía de una sencilla constatación: los mercados tienen fallos y pueden generar un paro persistente, los éxitos o las desgracias de un país se contagian a los demás, solo existen acreedores si hay deudores, el déficit de unos es consustancial con el superávit de otros, la moneda se revaloriza si otra se deprecia. Convenía, pues, crear una institución de carácter global que corrigiese las desviaciones de los mercados y garantizase la estabilidad del sistema monetario internacional. Y así se hizo, en 1944.

Pero aquel artilugio puesto en marcha en Bretton Woods ha degenerado. No lo reconocería, si levantara la cabeza, ni el padre que lo ideó. Desde hace algunas décadas, el FMI se dedica a propagar el credo neoliberal por el mundo y a imponer sus recetas estándar -el «copia y pega» de los procesadores de texto le evita mucho trabajo- a los países que precisan auxilio. Más preocupado porque cobren los acreedores que por sacar a los países de la quiebra. Joseph Stiglitz, cocinero antes que fraile -fue economista jefe del Banco Mundial-, explica esa deriva en El malestar en la globalización: «Los fundamentalistas del mercado dominan el FMI [...] Una institución pública creada para corregir ciertos fallos del mercado la manejan actualmente economistas que tienen mucha confianza en los mercados y poca en las instituciones públicas».

Ciertamente, los perfiles de los tres últimos directores gerentes del fondo, un español y dos franceses, demuestran que mucho respeto a las instituciones públicas no anida en la cúpula del FMI. Que la más santa institución esté encabezada por un delincuente nunca puede descartarse. Nadie está libre de pecado. Pero que tres directores consecutivos del FMI, uno tras otro y tras otra, acaben en los tribunales, condenados o procesados, debería encender algunas alarmas. Como mínimo, algo falla en el comité de selección del personal. En este caso, el directorio ejecutivo del organismo, integrado por 24 miembros, que se encarga de elegir al director gerente.

Primero fue Rodrigo Rato, quien solo duró tres años en el cargo y dimitió en junio del 2007. O lo echaron. Un informe interno critica su actuación y lo acusa de alimentar una burbuja de irresponsable optimismo mientras se gestaba la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión. Lo que vino después nos resulta próximo: Bankia, las tarjetas black y una ristra de presuntos delitos -fraude fiscal, alzamiento de bienes, blanqueo de capitales...- por los que está siendo juzgado. Después, Dominique Strauss-Kahn, perdido por su bragueta y su incontinencia sexual. Y ahora, Christine Lagarde, condenada por negligencia cuando era superministra de Francia: aprobó una indemnización de 404 millones de euros a un empresario, a cargo del erario público, en vez de acudir a los jueces para que decidiesen si había lugar. Tampoco ella confía en demasía en las instituciones públicas.