Aznar, la culminación del desapego

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

21 dic 2016 . Actualizado a las 08:45 h.

No diré aquello de «se veía venir» porque este cronista, al menos, no lo veía venir en absoluto. Jamás se le había ocurrido pensar que José María Aznar, presidente de honor del PP, podría renunciar a ese cargo, que lo único que hacía era reconocer sus méritos históricos al frente del partido y del Gobierno. La decisión es, por tanto, sorprendente. Y tiene un notable valor político: el valor de que un hombre decisivo en la trayectoria de esa formación se descuelga de toda responsabilidad en su futuro y, de modo elocuente, de la línea ideológica que se marque en el próximo congreso, en el que tampoco quiere participar. Aznar no quiere saber nada de ese congreso ni como actor principal ni como testigo. No es un divorcio de su partido, pero sí es un divorcio de la actual dirección. Es el punto de ruptura después de todos los desencuentros, especialmente la última crítica al papel de Soraya Sáenz de Santamaría como encargada de resolver el problema catalán.

La carta de renuncia que le dirigió a Mariano Rajoy es un modelo de cortesía, pero poco creíble en sus explicaciones. El argumento de que ningún patrono de FAES tiene «cargo alguno en ninguna formación política» es una disculpa para salir del paso, pero poco sostenible en quien, como él, ha sido presidente del PP durante catorce años. La independencia alegada de su fundación no tiene por qué verse perjudicada por esa presidencia de honor porque todo el mundo sabe quién es Aznar, qué hizo en el Partido Popular y cuál ha sido la dimensión de su entrega. Yo creo que donde Aznar escribe la palabra «independencia» pudo haber escrito perfectamente la palabra «contaminación». Aznar no quiere contaminarse de una política que abiertamente censura. Y no quiere participar en un congreso al que no puede ir a aplaudir, sino a sostener lo que sostuvo en declaraciones y comunicados.

¿Es una crisis para el Partido Popular? No y sí. No, porque la decisión no tiene más efectos en la militancia que el disgusto y la desorientación que produce ver que alguien tan simbólico se descuelga. Y sí, por sus consecuencias en la opinión pública, que tenderá a agrandar la dimensión de la renuncia y las disensiones ideológicas en el seno de la derecha española. De hecho es la primera gran crisis de adhesión en un partido acostumbrado a la unanimidad. Es la culminación de un desapego ideológico con cargas de profundidad cuando Aznar habla de la unidad de España y otros asuntos que le conmueven. Y un detalle quizá no previsto por el dimisionario: el momento en que renuncia, el día en que oscurece el eco informativo de la presencia del jefe del Gobierno en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Quizá sea eso lo que más moleste a Rajoy.