El bálsamo de Fierabrás

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

24 dic 2016 . Actualizado a las 12:23 h.

La mención del bálsamo de Fierabrás en un título del periódico ha podido mover a algún lector a consultar un diccionario. Seguramente se habrá quedado frustrado. Nos informan del bálsamo de calaba o de María, de los de copaiba, copaiba de la India, de Judea o de la Meca, de Tolú, del Canadá..., pero de entre media docena de los más solventes diccionarios, solo uno, el de Seco, Andrés y Ramos, da cuenta del bálsamo de Fierabrás: «Supuesto remedio de todos los males».

A diferencia de cualquiera de los demás bálsamos, esta milagrosa sustancia no es un líquido resinoso y aromático que se obtiene de algunas plantas o una crema que se aplica sobre la piel para curar heridas y llagas. Es una poción mágica que cura las heridas o cualquier otro mal a quien la ingiere. Tan universal remedio aparecía en cantares de gesta franceses. Según la leyenda, el emir Balán y su hijo, el caballero sarraceno Fierabrás, conquistaron Roma y allí se apoderaron de dos recipientes que contenían los restos de la sustancia empleada para embalsamar a Jesucristo.

El bálsamo de Fierabrás se ha hecho famoso entre nosotros no por aquellas leyendas y los libros de caballerías, sino por el Quijote. En el capítulo X, tras una de aquellas escaramuzas de las que el ingenioso hidalgo solía salir malparado, Sancho le ofrece hilas y ungüento blanco para curarse. «Todo eso fuera bien excusado -le respondió don Quijote- si a mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás; que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas». Sancho le pregunta de qué redoma y bálsamo habla, a lo que su amo responde: «Es un bálsamo, de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna. Y ansí, cuando yo le haga y te le dé, no tienes más que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo (como muchas veces suele acontecer), bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo; luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana». 

En un episodio posterior, don Quijote, malherido de nuevo, prepara el bálsamo, que toman él y Sancho. Mientras que al hidalgo parece hacerle bien, a su escudero «le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora. [...] hizo su operación el brebaje y comenzó el pobre escudero a desaguarse por entrambas canales». Pero don Quijote tenía explicación para todo: «Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero; porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son».

Está visto: hasta en la medicina hay clases.