28 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Las Navidades eran mágicas para la infancia de entones, cuando la sorpresa era mayor por saber si llegarían los Reyes Magos esa noche, o caería tanta nieve que los camellos no podrían pasar.

Cualquier disculpa nos valía, nada impediría que esa noche sintiéramos la magia de Oriente. Entonces lo material no era lo más importante, había costumbre de compartir. La ropa, de los mayores pasaban a los pequeños, los mismos pantalones, juguetes, hasta la comida se compartía si era necesario. ¿ Entonces por qué éramos felices? Porque la felicidad no estaba en los que nos vendía la televisión, no estaba afuera, no era material. Éramos felices porque teníamos, cariño, abrazos. Personas mayores que nos acompañaban, nos daban seguridad, nos enseñaban los valores de la Navidad, de nuestra tierra, de la familia, del conocimiento. No, no esperábamos muchos balones, muchas muñecas, muchos coches. Con uno, nos bastaba.

Éramos niños satisfechos, por tanto, no la buscábamos en lo material. ¡Qué nervios esa noche!, sin poder dormir hasta que el sueño nos derrumbaba. Y al día siguiente, con una muñeca o una caja de caramelos, éramos tan felices. Corriendo íbamos a jugar con el vecino, a compartir coche y alegrías.

Las Navidades eran, para quienes estábamos en internados, la vuelta a casa, a la familia, a lo conocido. Para el resto era, el no ir a la escuela, el reencuentro con los compañeros que estaban fuera. Todo esto ya era una fiesta es sí. Toda la familia junta. Las mujeres hacían la comida, los dulces para Navidad y la noche buena. Galletas, arroz con leche, migas. Las migas el día Nochebuena eran el postre estrella en los pueblos somedanos. Esos días se comía algo diferente al resto del año, pero sin atiborrarse.

Estas Navidades, las de ahora, parecen ser un invento comercial. Y ya sabemos que en una sociedad de consumo nos hacen creer que la satisfacción personal viene unida a la adquisición de bienes materiales. Basar la felicidad en lo material es un gran error que solo hará personas frustradas, porque nunca podrán tener todo, ni tener tantos regalos, ni todo el lujo que sale en televisión. No olvidaré la reacción de un niño el día después de reyes. Tenía como doce paquetes de regalos a su alrededor y se puso a llorar, cuando la madre le preguntó por qué lloraba, dijo que porque quería más. No, no era verdad, era que estaba tan excitado que nada le bastaba, nada le era suficiente. No podemos seguir así, el consumo no da satisfacción.

Hay que educar con compromiso, hay que consumir con responsabilidad, hay que volver la vista atrás. No hablamos de volver a los internados, a la miseria, a la pobreza, ni a que sean solo las mujeres quienes trabajan en casa. Pero sí a valorar lo que tenemos, lo que somos, a aprender de lo que fuimos. Por el futuro, por nuestros hijos, por la sociedad que queremos, por el planeta, por todo ellos tenemos que cambiar los hábitos de consumo. Por nuestra satisfacción personal, por nuestra felicidad. Estamos en Navidad, pensemos que una una sociedad así es insostenible, es insolidaria, y fomenta la desigualdad.