31 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Siendo Nochevieja, este artículo debería estar cargado de buenos deseos y mejores intenciones para el año entrante. Pero nada de ello va a encontrar usted, lector, en estas líneas. De manera que, si lo que busca es una columna optimista y repleta de positividad, le aconsejo que pare aquí su lectura y busque un texto más adecuado. Hoy me he propuesto ejercer de aguafiestas, esa figura a la que tanto detesto y que cada año condimenta nuestras navidades con amargas críticas y soflamas políticas.

Pero es que el 2017 no pinta nada bien, seamos sinceros. Si el 2016 fue un mal año, el que viene parece que será aún peor. A nivel interno nos toca soportar un nuevo gobierno de Mariano Rajoy, por obra y gracia del PSOE más rancio, el de Felipe González y Susana Díaz. La crisis económica, esa que surgió hace ya casi una década, sigue tan presente como siempre, por más que nos intenten vender la mejoría a base de datos macroeconómicos que no pueden esconder las cifras de desempleo y la pobreza que afecta a cientos de miles de familias en nuestro país.

Aquellos que consiguieron esperanzarnos al grito de «sí se puede» se quedaron muy lejos de regalarnos un gobierno del cambio, en buena medida debido a errores propios. Y en las últimas semanas nos han dado una muestra de los peores tics de la izquierda tradicional, incluyendo una operación de acoso y derribo a la que es, con toda seguridad, la mejor cabeza dentro de Podemos. El congreso de Vistalegre previsto para Febrero de 2017 parece haber nacido muerto y todo apunta a que el personalismo y el culto al líder seguirán siendo señas de identidad de Podemos, por delante incluso de la democracia interna y del sano debate de ideas.

El tema estrella de la agenda política en 2017 será, cómo no, Cataluña. Un conflicto que podría solucionarse con voluntad y diálogo, virtudes que ni están ni se las espera. En uno y otro bando blanden banderas como argumento, cuando no tiran de legalidad en un caso y de presunta voluntad popular en el otro. Pero mientras se habla de independencia no se habla de las políticas sociales o de otros asuntos que afectan directamente al bienestar de los ciudadanos de Cataluña. La izquierda catalanista ha sido desactivada por su propio discurso secesionista, que se olvida de las políticas sociales y se permite el lujo de pactar con la derecha por aquello de que el país es lo más importante.

Pero si miramos fuera de nuestras fronteras, la cosa pinta aún peor para 2017. La victoria de Donald Trump ha sido un verdadero mazazo para todo aquel con un mínimo de sensibilidad social. Y todo apunta a que el magnate yanqui y Vladimir Putin van a hacer tándem en la escena internacional. Es decir, lo mejor de cada casa dirigiendo el mundo. Para echarse a temblar, vaya.

Pero si por algo el 2017 no va a ser un buen año en absoluto es por la guerra de Siria, que dura ya cinco años, y por la crisis de refugiados que ha provocado. El tirano y criminal Bashar Al Asad, junto con sus amigos rusos e iraníes, sigue masacrando a su propia población; millones de seres humanos que tratan de huir del horror de la guerra mientras Europa les cierra la puerta en las narices. Una auténtica vergüenza para el viejo continente que alumbró la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano allá por el año 1789 y en cuyo seno, 228 años después, crece de forma imparable la extrema derecha, ahora bajo el eufemístico rótulo de populismo. Algún día, y no muy lejos, los libros de historia recordarán el trato que les dimos a los refugiados como el momento más vergonzoso e inmoral de la joven Unión Europea.

Pero por si el genocidio de Al Asad no era suficiente, el Estado Islámico, versión del yihadismo aún más ultra y salvaje que Al Qaeda, se ha instalado en Siria y convierte en un infierno las vidas de los ciudadanos que caen bajo su yugo. En ciudades como Raqa han impuesto la sharía y aplican penas tan extremas como amputar dedos a quienes fuman tabaco o cortar la cabeza a quienes venden alcohol. El autoproclamado califato ha logrado extenderse a otras zonas como Libia o la península del Sinaí, y por supuesto tiene a Occidente como objetivo principal de sus ataques en el exterior. De tal manera que es más que probable que en 2017 Europa vuelva a sufrir un atentado yihadista.

Este artículo podría alargarse ad infinitum con todos y cada uno de los motivos por los que el 2017 no invita a la esperanza. Y es que son tantos que uno se pregunta dónde quedó aquello de la historia y el progreso de la civilización. Pero a pesar de tanta tragedia pasada y tanto drama futuro, no me resisto a terminar esta columna deseándoles un próspero año nuevo. Sean ustedes todo lo felices que la actualidad nos permita ser en 2017.