Montoro

Carlos Agulló Leal
Carlos Agulló EL CHAFLÁN

OPINIÓN

30 dic 2016 . Actualizado a las 13:51 h.

A Cristóbal Montoro le tocó capitanear la lucha que el Gobierno de Rajoy plantó a lo que ya quedó registrada como la mayor crisis que hayamos padecido desde la Segunda Guerra Mundial. Y fue en ese tiempo cuando el titular de la Hacienda pública, que venía fogueado ya de su participación en algún gabinete de Aznar, se destacó como el ministro lenguaraz y desatinado que esta semana ha reaparecido con una vuelta de tuerca a la presión fiscal sobre los ciudadanos y las empresas.

Acomodado en una mayoría absoluta que parece que sucedió hace mucho, Montoro cultivó su perfil más provocador. Fue cuando nos legó algunas de sus mejores perlas. En plena crisis, con el país destruyendo empleos a millares y con una palmaria pérdida de poder adquisitivo de las familias, soltó aquello de que «los salarios no están bajando, moderan su subida». Con el escándalo del perdón a los evasores y defraudadores, cuando España estaba a un paso de ser intervenida, Montoro quiso hacer una pirueta eufemística y acuñar como «regularización de activos» lo que todo el mundo sabía que no era otra cosa que una amnistía fiscal. El mismo ministro que con desfachatez mayúscula, en pleno letargo del sector naval, afirmaba desde su escaño en el Congreso que «la ocupación es realmente alta en los astilleros gallegos».

Montoro, que durante la campaña prometió rebajar los impuestos -lo hizo incluso cuando había que pedir el voto-, que aplica la clemencia para combatir el fraude, que yerra en los pronósticos de recaudación y que asfixia a los pequeños ayuntamientos en lugar de afrontar de una vez la reforma del Estado (fusiones municipales, diputaciones...), despide el año con más impuestos. Y le llama solidaridad.