La Navidad y el rollo de las compras

OPINIÓN

02 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Como le ocurría a Ebenezer Scrooge, el viejo cascarrabias del cuento de Navidad de Dikens, cada año me vuelvo más crítico y gruñón con la Navidad, o por lo menos con toda la parafernalia que rodea a esta sacra Fiesta. Hace muchos, muchos siglos, las autoridades aprovecharon una festividad pagana que caía un 25 de diciembre para establecer la natividad de Nuestro Señor, cargándose de paso aquella incómoda celebración idolatra. No cabe duda que fue una ingeniosa y perspicaz maniobra política. Hasta aquí nada nuevo porque efectivamente algún día tenía que ser y como los datos históricos son imprecisos, pues bien: se eligió el anterior día de una forma llamémosla… arbitraria.

Como decía al principio la Navidad ya no despierta en mí aquellos sentimientos de alegría infantil que ahora tiene mi hijo, muy al contrario, me exaspera. Esta indignación se debe entre otras cosas a que la Navidad no dura de Nochebuena a Reyes, que sería lo normal. -Ni mucho menos-  dura dos meses y ya se sabe que lo bueno si breve... Si hacemos memoria en noviembre ya empiezan a llenarse las estanterías de los comercios con decoración, productos y todo tipo de merchandising navideño. Estos cambios se producen de forma delicada, sutil, progresiva. Como si fuéramos cangrejos en una olla, la temperatura comercial aumenta hasta que sin darnos cuenta ya estamos cocidos de bienes y productos. Para amenizar las compras las cadenas de televisión aumentan la frecuencia de los espacios publicitarios y por todos lados empezamos a ver anuncios de perfumes y relojes (claros indicadores del inminente despilfarro colectivo). Encima algún economista nos cuenta por la tele cómo gastar el dinero en el caso de que te haya tocado el gordo de la lotería, -ese es el límite de mí paciencia-. Lo malo de todo es que como a uno le regalan, -pues a corresponder sea dicho- no vaya a ser que me llamen bicho raro, y aquí estoy yo, en el Corte Inglés como todos los demás.

Pero independientemente de los motivos anteriores ¿por qué caemos año tras año en este desenfreno de compras? Mucha culpa la tienen las compañías que crean en nosotros necesidades injustificadas tentándonos, seduciéndonos e incitándonos a disfrutar de todo aquello que deseamos a precios de ganga (no olvidemos que vivimos en unas eternas rebajas). Pero la culpa no sólo está ahí fuera, también nosotros tenemos algo de responsabilidad. Desde una perspectiva antropológica los poderosos (reyes, príncipes, faraones, generales...) siempre se han rodeado de bienes llamados suntuarios porque independientemente de su utilidad práctica eran objetos exclusivos y también prohibidos para el resto de la humanidad, éstos ridículos artículos (piense en cetros, coronas, trajes enjoyados...) les proporcionaban el status que necesitaban. Con el paso del tiempo algunos de esos bienes comenzaron a estar al alcance de todo aquel que pudiera pagarlos y de esta manera adquirirlos se identificó con detentar el poder. Hoy en día podemos comprobar como yuppies, empresarios, jugadores y otros afortunados alardean de Ferraris, Rolls Royce, Rolex, Louis Vuitton... cada uno con lo que le permite su cartera. Es simplemente llamar la atención, contaba Marvin Harris que los grillos machos dominantes chirrían más alto. Cuando a éstos se les aplica cera en sus patas para silenciarlos siguen apareándose más que sus rivales, pero aumentando notablemente el tiempo que gastan en los combates. Dicho de otra forma; exhibir el nuevo Iphone 7 es gritar y proclamar al mundo «mirad puedo comprarlo, no hace falta que te pegue soy más poderoso que tú» -sinceramente a esa gente yo les echaría cera a sus patas-.

Por todos estos banales motivos compramos, nos endeudamos y como decía Kierkegaard sufrimos porque nunca podremos tener todo aquello que deseamos. En el extremo de este infortunio están aquellos que tienen su saldo en un perpetuo negativo, son los que compran a plazos los viajes, los televisores, las videoconsolas... Conozco gente con buenos trabajos que a mediados de mes tiene su tarjeta exhausta y para llegar al día 30 tiene que pedir dinero. Cierto es que el consumismo patológico afecta a un 3% de la población según los expertos, pero no por ello deja de ser una adicción tan dañina o más que otras. Precisamente ahí radica su peligrosidad, a diferencia del juego comprar no está mal visto. Los consumistas que caen en esta trampa gastan el dinero que no tienen de forma impulsiva para después arrepentirse. Suelen ser personas ansiosas, depresivas, con pocos alicientes y estímulos, y aunque estos trastornos causan un daño psicológico profundo, lo verdaderamente angustioso y apremiante es que la economía familiar puede verse destrozada.

Mi caso desde luego no es tan dramático, pero como les ocurre a muchos de nosotros, -aunque nos empeñemos en lo contrario-, diciembre no es el mejor mes para la economía doméstica. Menos mal que están ahí las rebajas de enero.