Apocalypse Soon IV: los primeros jirones

OPINIÓN

25 ene 2017 . Actualizado a las 12:48 h.

Se decía en el capítulo anterior que el discurso público controlado por las élites es uno de los mecanismos más potentes, como parte del contexto en el que nos desenvolvemos, a la hora de determinar nuestras expectativas y condicionar así nuestra conducta; y como tal ha sido usado por el poder a lo largo de la historia. Como casi todo artefacto, ha ido evolucionando y se ha perfeccionado su aplicación para mejorar su eficiencia.

Habida cuenta de que su efecto sobre la conducta social -la manipulación de masas de la que hablaba Bernays ya en 1928- está mediado por la cognición, por qué no suponer que se ha podido intervenir sobre el sujeto cognoscente, el humán (usando la terminología de Mosterín), para hacerlo más permeable a la lluvia discursiva.

En estos casos es muy socorrido recurrir a la analogía informática (ordenador/cerebro) para describir someramente la interacción de los diferentes elementos que entran en juego en estos procesos, aunque necesito advertir que su utilidad es mucho más limitada de lo que su frecuente uso hace suponer. A la hora de ilustrar un sistema complejo como la interacción cuerpo, conducta y cultura, el «modelo del ordenador» no solo se queda muy corto sino que no refleja la irreductibilidad y co-determinación de estas tres entidades. El profesor Marino Pérez Álvarez, de la Universidad de Oviedo, lo explica en profundidad en su libro “El mito del cerebro creador”.

Pero a lo que iba, desarrollando un poco la metáfora: ¿le interesa a un gigante informático del software influir en los fabricantes de terminales electrónicos (hardware) para que la arquitectura de sus aparatos sea más receptiva a sus aplicaciones? Aplicaciones de las que no solo obtendrá el lucro derivado de su mayor compatibilidad; además, tendrá cierto control sobre el conjunto de usuarios de las mismas, por la información que obtiene de su uso. ¿Cómo puede influir el gigante del software -el poder, la fuente del discurso que justifica el modelo socio-económico- en la modificación de la arquitectura de los procesadores de información -por resumir, digamos el cerebro- para hacerlos receptivos a las aplicaciones -discurso/mensajes/instrucciones- y tener cierto control del aparato -cuerpo/mente- en cuestión?. «Condicionando» al fabricante antes de que empiece el proceso; cuanto antes.

La infancia temprana es una etapa tan sensible en el desarrollo neurológico que requiere entornos favorables o, al menos, no adversos, para su adecuado progreso. Nos encontramos casos palmarios entre las pautas de crianza occidentales, que damos por “normales” cuando, en realidad, son muy recientes y endémicas, según nos recuerdan los estudios etnopediátricos. Por ejemplo, la separación frecuente y/o prolongada de una cría de una especie tan altricial (inmadura al nacer) como la humana de su madre/padre/familia extensa -la tribu-, no solo no es normal, sino que no es inocuo, pues puede generar «estrés tóxico», es decir, una cadena de eventos neurofisiológicos que repercuten en el desarrollo neuronal y conductual.

Pero claro, no se trata tanto de criticar, por ejemplo, las guarderías, como las condiciones que las hacen tan necesarias. Incrementar el nivel de presión a la población precarizando las condiciones laborales y, por ende, de subsistencia, nos empuja a abandonar y delegar una función esencial a nuestra naturaleza: cuidarnos. «Externalización» que tiene un coste oculto: pasa desapercibido y podría estar en el origen de una mayor vulnerabilidad al abuso y la agresión, no tanto física como psicológica; «simbólica» según Bourdieu (una vez más).

Si el cerebro es un «órgano social» cuyo desarrollo es dependiente de variables contextuales como un entorno más o menos seguro, afectivo, estimulante, etc., ciertas prácticas, hoy bastante comunes, pueden estar afectando a la regulación emocional y conductual y, consecuentemente, a la capacidad de una vinculación afectiva fuerte y estable, empezando a rasgar así la malla de vínculos que se ha tejido a lo largo de la evolución, para una especie social y dependiente como la humana, como uno de los más eficientes mecanismos de adaptación a un entorno complejo y cambiante. 

De hecho, hay autores que indican que la inclinación a relacionarse y organizarse en grupos ha podido influir en mayor medida en la evolución de los humanes que la inteligencia abstracta.

Esto para empezar. Pero no se vayan todavía; aún hay más.

¿Y la próxima semana?.

La próxima semana hablaremos del gobierno.