Las tristes huellas de la corrupción

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

26 ene 2017 . Actualizado a las 08:58 h.

Yahora, ¿con qué verdad nos quedamos? Tenemos dos opciones: o creer a pies juntillas a Mariano Rajoy y otros miembros del Gobierno cuando dicen que los casos de corrupción son cosa del pasado o creer a la percepción social que nos califica como un país corrupto y además estamos en el peor momento de nuestra historia. Según el informe de Transparencia Internacional, estamos en un nivel lamentable de ética pública, a la altura de países africanos. Toda comparación es odiosa, pero estamos peor que Botsuana, Brunéi o Cabo Verde.

Los dos diagnósticos son verdad. El del Gobierno, porque es cierto que todos los casos de que nos ocupamos diariamente en los medios de comunicación son pasados; algunos, descubiertos a principios del siglo. Y el de Transparencia Internacional, porque coincide con los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas, que sitúan a la corrupción como el segundo problema del país. Lo injusto de la situación es que quizá no se produzcan -o no se descubran- nuevos escándalos, pero el daño a la moral colectiva es el mismo: la sociedad cree que se nos sigue robando como siempre.

Y yo lo entiendo. La lista de latrocinios es inmensa. Hay instrucciones judiciales que llevan once años siendo noticia. Hay nombres muy ilustres, como todos los miembros de la familia Pujol, a los cuales no se aplicó ninguna medida más que la retirada del pasaporte a Oleguer. Se extienden por el cuerpo social sensaciones desalentadoras: no se hace lo suficiente contra los corruptos; hay impunidad en los casos que resultaron más indignantes; no se explica por qué todavía no hay sentencia en un caso tan sonado como el de Urdangarin…

El Consejo General del Poder Judicial hizo públicos unos datos impresionantes: en quince meses, desde julio del 2015 a septiembre del 2016, se abrió un juicio oral cada tres días por corrupción; fueron procesadas casi 1.400 personas; el 73 % de los procesos (399 personas) terminaron en condena. Todo esto desmiente la pasividad de la Justicia, pero no cambia los estados de opinión. Es que faltan escarmientos. Es que vemos a demasiados corruptos disfrutando de la vida como si hubieran sido ciudadanos ejemplares. Es que se confunde el aforamiento con la impunidad y la clase política juega a esa confusión por puro electoralismo. Es que no hay noticia de que se haya devuelto lo robado. Y es, sobre todo, que hubo demasiado escándalo y a todos los niveles. Hubo épocas donde parece que se robaba a escape libre y se hacía en todos los estamentos públicos y privados. Y eso ha dejado huellas muy profundas en la sociedad. Tan profundas, que parecen imborrables. Y no sé qué es peor: el perjuicio económico causado o el daño a la moral del país. Creo que el daño a la moral del país.