29 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los dueños y los ejecutivos de las eléctricas tendrían que estar ya enrejados si la legalidad fuese legal, y condenados a cadena perpetua, pero no en el corredor de la muerte, sino en la versión del ultra Ruiz-Gallardón y su versión de la perpetua revisada. La oferta y la demanda es el subterfugio por el que estas compañías están siendo sepultadas, materialmente, en estas semanas de frío siberiano, por millones de euros, espectáculo retransmitido en directo al país sin que las masas, espoleadas por algún liderazgo, asalten las sedes de estos nuevos negreros y les prendan fuego para calentarse y caldear las ciudades durante un rato. ¡Cuánto se echa de menos a los jacobinos en momentos de tan grosero asco! Pero, al final, los jacobinos terminaron fatal y la propuesta del fuego la dejo, pues, como un lamento de la frustración.

La producción, distribución y comercialización de la energía, y ustedes no lo desconocen, se fue privatizando en el último cuarto de siglo. La tapadera que se dio, que siempre se da cuando se esquilma lo público, es la eficacia, el abaratamiento, la competencia y la creación de empleo. De la eficacia no tengo seguridad, aunque sí del empleo, que es rehén y sale barato. Del abaratamiento y de la competencia tengo seguridad total, como la tienen ustedes o la mayoría de los que me leen y que les adjudico la decencia. No hay competencia y, en consecuencia, el precio sube muy alto y baja muy bajo. Es lo que en las ciencias económicas y políticas se conoce con el nombre de oligopolio.

Un reducido número rufianes del hampa se han hecho con el control de la luz y el gas a toda costa, o sea, pisando cabezas, comprando voluntades, chantajeando, engañando y aliándose con banqueros y financieros velociraptores. N es sorprendente. Es el orden del Mundo, y para que haya orden es perentoria la escritura, que surgió en las ciudades reales de Mesopotamia en el IV milenio a.C., justamente para dictar la Economía del Estado, como hoy. La Ley es el conjunto de escritos sagrados ejecutados por personas vestidas de negro y en un escenario solemne para acojonar que, previamente, redactó el Estado con la exclusiva intención de amparar a los Señores de la justa furia del Tercer Estado.

Sin embargo, es tan repugnante, codiciosa, ruin y exhibicionista el mercadeo de estos Prohombres, que un fiscal ha tenido los huevos de medirse en duelo con ellos, abriendo una investigación por usura. Sabemos que es el chocolate del loro, una bala lanzada al Cosmos, pero da fe de cómo están las cosas: la malignidad sin cortapisas, la extirpación de cualquier signo de bien y la persecución de la abundancia. Hambre de abundancia. Avidez de sobreabundancia. Es el Capital que, concluido su proceso histórico, nos anuncia, ya sin tapujos, que nuestras carnes son su alimento en esta asquerosa bacanal global.

(Aquiles le reprocha a Agamenón que, aun quedándose con la mayor y mejor tajada de los saqueos de los aqueos, le reclame ahora, a Aquiles, su botín más preciado, la joven Briseida. En un momento dado, encolerizado, el héroe griego le dice a Agamenón: «Es por seguirte a ti por lo que estoy aquí, hombre sin vergüenza, para defender el honor de Menelao [el troyano Paris le quitó a su esposa, la hermosa Helena, según el canto homérico] y el tuyo, bellaco, bastardo cara de perro»).