Podemos, o el error de sentirse diferente

OPINIÓN

28 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El inesperado ascenso meteórico de Podemos en el panorama político español desde las Elecciones al Parlamento Europeo se fraguó, en muy buena medida, merced a la sensación ciudadana de que se trataba de un partido de nuevo cuño, cuya estructura, ideología, financiación y vías de difusión parecían diferir, y mucho, de cuanto se estaba acostumbrado a ver en España desde 1978.

Así, la idea de «círculos» y la presencia de procesos democráticos internos en los que las bases no sólo determinaban los líderes, sino también las líneas programáticas, se contradecía con el modus operandi de otros partidos. No digamos del PP, siempre anclado en una concepción oligárquica, sino también de formaciones que ya conocían elecciones primarias, como el PSOE o IU, pero que se antojaban poca cosa en comparación con los nuevos procedimientos participativos que ofrecía Podemos.

En lo que se refiere a la ideología -base de cualquier partido político, según definieron en su día Donoso Cortés y Andrés Borrego-, Podemos pretendió superar las etiquetas de «izquierda» y «derecha», y para ello empleó la hábil estrategia de encorsetar a todos los partidos distintos a él mismo dentro del cuño «partidos de casta». No importaba, pues, la ideología, porque todos los partidos «prePodemos», resultaban unificados por una idéntica manera espuria de actuar (alejados de la ciudadanía) y por una profesionalización de la política que los convertía en un estamento al que combatir. Uno de los elementos en los que se cifraba la diferencia entre la nueva formación y esa casta era, en particular, la vía de financiación: transparente la de aquella (basada en técnicas nuevas como crowdfunding), opacas la de esta (con un servilismo hacia la banca).

No menos novedoso era el medio de exponer el programa. Aparte del uso constante de internet (en particular de twitter), Podemos se las arregló para contar con un respaldo televisivo importante, en particular a través de la cadena televisiva La Sexta, que representó un papel fundamental en la proyección de Pablo Iglesias. En los numerosos debates a los que este fue invitado, el líder de Podemos hizo también gala de una forma de dialogar a la que no nos tenían acostumbrados los políticos: las voces, los exabruptos y las constantes interrupciones resultaban en su caso reemplazados por una flema que descolocaba totalmente al resto de contertulios, indefensos ante una táctica con la que no estaban en absoluto familiarizados.

Pasado el tiempo, sin embargo, la triste realidad demuestra que Podemos es, después de todo, un partido político, y que este tipo de asociaciones, forjadas en España tras casi dos siglos, siguen unas pautas de las que resulta muy difícil desligarse. Nihil novum sub sole.

La dinámica de los partidos acaba propiciando crisis de liderazgo y nacimiento de tendencias internas. Incluso los partidos que históricamente se caracterizaron por estructuras jerárquicas rígidas (como el Partido Socialista, o los partidos confesionales) debieron enfrentarse a desmembraciones internas fruto de las discrepancias entre sus miembros. Podemos optó por adjetivar esas diferencias internas, personalizadas en Errejón y Pablo Iglesias, como sano ejercicio democrático, pero al hacerlo no se distanciaba del discurso que han empleado siempre los partidos «de casta», que también han tratado de evitar que se hable de confrontaciones en su seno. Pero, lo que es peor, esconder la cabeza, como el avestruz, no evita el problema. A la postre lo que existe son dos imágenes distintas del partido y una pugna de liderazgo, que de hecho ya se vio venir cuando Teresa Rodríguez decidió constituir Podemos Andalucía como organización autónoma respecto de la matriz. Y el empleo de twitter, tan útil para difundir la ideología del partido, se ha vuelto ahora en su contra, ya que se ha convertido en un instrumento para que los ahora rivales políticos se arrojen constantes pullas.

Históricamente las discrepancias dentro de los partidos han sido una constante y, cuando las diferencias internas alcanzaban niveles suficientemente agudos la situación siempre acabó de la misma forma: con el desmembramiento del partido. Así, por ejemplo, el Partido Republicano Federal surgió como disidencia del Partido Republicano, del mismo modo que en 1930 un grupo de discrepantes del P.N.V. dio lugar al partido Acción Nacionalista Vasca. Podemos, que quiso ser algo distinto a un partido «de los de siempre», se encuentra con que su breve historia reproduce lo que siempre ha sucedido en los partidos.

Del mismo modo, ese Podemos que, inútilmente, quiso definirse al margen de las clasificaciones politológicas al uso (izquierdas-centro-derechas) no ha podido desprenderse de ellas: ha surgido, es y será, un partido de izquierdas, como a la postre evidencia Pablo Iglesias cada vez que en el hemiciclo levanta el puño, se identifica con planteamientos de la CUP o se coaliga con una IU cada vez más fagocitada.

La formación malva se siente, sin embargo, descolocada por el panorama actual en el que se halla inmersa: a un sector de sus integrantes les disgusta que la ciudadanía identifique el partido no sólo con la izquierda, sino incluso con su ala más radical, del mismo modo que le espanta la imagen de desunión y de egos personalistas que están ofreciendo sus líderes, demostrando que su situación interna es tan confusa como la del PSOE.

Si Podemos no se hubiese postulado como una tabla de salvación política se trataría apenas de un mal trago de esos por los que tarde o temprano atraviesan todos los partidos. Porque esa formación, por más que haya tratado de dar otra imagen, no es más que un partido político al uso, sometido a las mismas leyes naturales que el resto de partidos; leyes que han existido desde que se formalizaron y que ya en 1855 Andrés Borrego bosquejó en su libro De la organización de los partidos en España. La formación malva parece, sin embargo, sufrir este mal poco menos que como un trauma. Es lo que pasa cuando cometes el error de venderte como lo que no eres: algo nuevo. No seamos soberbios, porque la historia nos pondrá en nuestro lugar: en política todo está ya inventado.