El peligro de la incredulidad

OPINIÓN

31 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde que en junio de 2015 Donald Trump saltó a la arena de las primarias del Partido Republicano como una mezcla de outsider, histrión y provocador, y pocos tomaron en serio sus bravatas, hasta el momento actual en el que su gestión amenaza con transformar en tiempo récord EEUU en un país autoritario, aislado y pendenciero, hay un elemento común en todo este pequeño recorrido histórico, con la pendiente acelerada hacia el desconcierto y su regusto amargo a periodo de entreguerras. Esa característica compartida es la incredulidad hasta hace poco predominante sobre la capacidad y voluntad de Trump en transformar en práctica política tangible un discurso grosero, populista y con bastantes ingredientes protofascistas. La respuesta habitual pasaba principalmente por asegurar que más temprano que tarde el ahora presidente se avendría a unos cánones políticos más mesurados, respetaría los ritos y estilos de la democracia y contendría sus impulsos -ciertamente primarios- convirtiéndose en un político posiblemente desabrido y netamente conservador, pero no en el canalla irresponsable que estamos comenzando a sufrir.

Esa incredulidad ha resultado letal. El hecho de que una democracia avanzada, aún con sus limitaciones y defectos, dé lugar a fenómenos políticos de la naturaleza de Trump, es una prueba más de que ningún país, por sólidas que sean sus instituciones y extendidos que estén sus principios democráticos, está inmunizado frente a los peligros de las corrientes reaccionarias. Pero, además, este experimento de resultados insospechados (lo vivido estas semanas sólo parece un aperitivo) sólo se explica si consideramos la convicción de muchos, ahora seguramente arrepentidos de su inacción, en que los mensajes más disparatados de Trump nunca se convertirían en decretos presidenciales. Quizás la sensibilidad estaba aturdida en una parte de la sociedad y, probablemente, del electorado abstencionista, acostumbrado a escuchar una escalada de radicalidad en procesos de primarias dirigida a contentar al público adicto, sobre todo en la derecha norteamericana en la que el sentido común parece arrinconado desde la eclosión del Tea Party. Sin embargo, cuando uno escucha discursos agresivos, manipuladores y dispuestos a desgarrar por oportunismo o fanatismo las costuras de una nación, no conviene rebajar el nivel de alerta, por mucho que nuestros oídos se hayan acostumbrado a un cierto nivel de demagogia y a la teatralidad de la era del politainment. En política, como en muchos otros campos, es la pasividad y el silencio de muchas personas decentes lo que deja el campo libre y el dominio de las prioridades a terceros sin escrúpulos, como parece ser el caso.

El test de estrés al que se somete la democracia norteamericana no es tan distinto, por otra parte, de las pruebas que afrontará el continente europeo en los próximos meses, con procesos electorales que pueden poner en jaque el proyecto comunitario y, a la larga, la propia paz y estabilidad de Europa (¿Cuánto tardarían las ahora fraternales Marine Le Pen y Frauke Petry en resucitar la vieja enemistad franco-alemana?). A su vez, a lomos del discurso xenófobo y disgregador de Trump, aquellos que guardaban para sí el pensamiento y proceder retrógrado se sienten cada vez más confortados y dispuestos a llevarlo a la práctica, en multitud de ámbitos, no sólo el político. Analice un poco en su entorno y descubrirá en los lugares y ambientes cotidianos, y a veces en entornos insospechados, ese reverdecer del orgullo ultramontano, ávido de desquite tras años soportando discursos integradores e igualitarios.

Está por ver si la fortaleza de los valores democráticos es suficientemente robusta y la actitud de aquellos que queremos sostenerlos es suficientemente decidida para parar esta oleada. Porque, si muchos siguen pensando que tampoco es para tanto y que todo volverá de algún modo a su cauce, corremos el peligro serio de que la hasta ahora marginal mentalidad reaccionaria, casi una anécdota en el panorama político y social hace bien poco, se vuelva mainstream.