Tiempos de desesperación, tiempos de esperanza

OPINIÓN

01 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Si 2008 fue el año de la crisis financiera y todavía nos debatimos con sus efectos económicos y sociales, 2016 ha sido el año de la crisis política en el que han empezado a colapsar las principales ideologías político-económicas que han dominado el siglo XX y entre los restos del naufragio aparecen amenazantes rastros de ideas que pensábamos periclitadas, como el racismo, la xenofobia o la marginación por motivos religiosos. Si incluimos hechos para los que no tenemos respuestas válidas como el cambio climático, las crecientes desigualdades económicas en el interior de muchos países y los efectos disruptivos de la automatización podemos entender el desasosiego y malestar que se ha ido generalizando en los últimos años.

Así pues las fuerzas y las razones para la desesperanza son abundantes y poderosas, están por todas partes y apelan a una parte muy importante de nuestra naturaleza, aquella que nos dice que somos pequeños e insignificantes, incapaces de modificar nada sustancial con nuestras minúsculas fuerzas. Pero otra parte de nosotros es capaz de apreciar también que vivimos tiempos sorprendentes con movimientos transformadores imprevistos que captan nuestra atención y nuestro apoyo. En España la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, en Estados Unidos el movimiento Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan) y en muchos otros lugares una miríada de colectivos y movimientos sociales que, actuando la mayoría de las veces «por debajo del radar», impulsan y defienden la dignidad de las personas y los derechos humanos. Por tanto un tiempo de pesadillas pero también un tiempo de combates esperanzados. Y tenemos que aprender a percibir ambos, quizá porque como nos transmitió Albert Camus «no hay amor por la vida sin desesperación de la vida».

 Algunos acontecimientos recientes hacen muy difícil no dejarse avasallar por las peores impresiones acerca de los seres humanos. Que un personaje como Donald Trump llegue a la presidencia de Estados Unidos hace sonar muchas alarmas y una biografía recién publicada («Cómo se hizo Donald Trump» por David Cay Johnston) explica muy bien por qué. Pero eso no excluye que la primera tarea para evitar el desastre sea una escucha activa y lo más aguda posible de las razones que llevaron a millones de personas a votar por Trump. Porque parece claro que entre esos millones había mucha gente normal enfadada con un sistema que no trabajaba para ellos ni les ayudaba a reencontrar su respeto y su dignidad. Personas que veían a la mayoría de los líderes políticos como no confiables, gentes que iban «a lo suyo», dejándoles a merced de grandes fuerzas impersonales como la globalización, el cambio tecnológico, banqueros desarraigados y grandes corporaciones. Los países de la Unión Europea haremos bien en intentar aprender en cabeza ajena porque existen circunstancias que apuntan en una dirección parecida y en este año las citas electorales de Holanda, Francia y Alemania serán la prueba del nueve para confirmar o denegar esas tendencias.

Por tanto a continuación de la escucha llega la necesidad de dar nuevas respuestas y hacerlo con credibilidad. Nada fácil, por cierto. Y en el caso de la Unión Europea especialmente complicado por la encrucijada en la que lleva instalada demasiado tiempo. Necesitamos una narrativa con historias que lleguen a millones de europeos y que en esta época de la post-verdad estén basadas en la mejor ciencia y hechos disponibles. Esa narrativa debería incorporar una nueva historia del crecimiento que no esté basada en un simple crecimiento económico material sino más bien en un concepto como el de prosperidad sin crecimiento impulsado por el economista británico Tim Jackson en un libro del mismo nombre y cuya creciente influencia ha dado lugar a la creación de una alianza interpartidaria en el Parlamento del Reino Unido con diputados defensores de esa propuesta. La narrativa necesita también a nueva historia de inclusión que no deje a nadie fuera de una vida digna y decente, ya sea a través de herramientas como la renta básica o fórmulas como el empleo garantizado, ambas potencialmente compatibles dentro de un nuevo contrato social que delimite las responsabilidades del Estado en una economía de mercado.

En la búsqueda y puesta en funcionamiento de esas nuevas respuestas la amnesia es una mala compañía y conduce a la desesperación. Ya hemos ganado muchas batallas , tenemos que recordarlo. El sufragio universal, la educación generalizada, la sanidad, el sistema público de pensiones, eran logros impensables no hace tanto tiempo. Lo hicimos y podemos volver a hacerlo. Los poderes establecidos quieren que pensemos que el statu quo es inmutable, inevitable e invulnerable y la falta de memoria les ayuda en la tarea. No les hagamos el juego.