Vistalegre o Vistatriste (y 2): confianza o desconfianza

OPINIÓN

09 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El mundo se derrumba y los fascistas se alían para postularse como salvadores del pueblo.

Hay pocas oportunidades para ofrecer una alternativa, moral, basada en los Derechos Humanos, la igualdad y la democracia, pero nos empeñamos en dilapidar la mejor que hemos tenido nunca en este país, ejemplo en Europa, y construida codo a codo por miles de personas de toda condición, desde el desengaño con la política convencional.

No nos podemos imaginar el regocijo con el que el poder fáctico se arrellana en sus lujosos asientos para asistir al culebrón que, capítulo tras capítulo, relata cómo un proyecto político excepcional se asoma a un fracaso igualmente extraordinario.

Si la vía de salida de la trayectoria de deterioro social por la que nos obligan a transitar consiste en una alianza a nivel europeo que detenga la orgía de codicia criminal auspiciada por la Troika, tal vez debemos asumir nuestra negligente incapacidad de sumar en un proyecto de esa envergadura. Porque, cómo forjar una alianza coherente y coordinada entre colectivos y organizaciones diversas de todos los Estados miembros de la Unión Europea si la diversidad es tratada como deslealtad y la discrepancia como traición dentro de una sola organización como Podemos.

Voy a incidir en lo de culebrón, porque quiero hablar las pasiones, los desencuentros y el despecho.

Llevamos semanas ilustrados por sesudos artículos que desgranan las tesis políticas y estratégicas que sustentan las diferentes propuestas que concurren a la Asamblea Ciudadana de Podemos. Como si fueran el origen de la disputa que se vive en el seno del partido. También, claro está, se habla de las luchas de poder, como factor obvio. No obstante, estas luchas, previsibles e inevitables en toda organización jerárquica, mal que nos pese, pueden obedecer a diferentes motivaciones.

Nos recuerda José Luis Villacañas la distinción que hacía Max Weber entre vivir para la política y vivir de la política, y cómo afecta al ejercicio del poder. En ese sentido considera que la lucha en Podemos podría ser legítima, tal vez necesaria: lo decisivo es si esa lucha alumbrará políticos directivos con fe, pasión, frialdad, medida, autocontrol y responsabilidad, o si sólo significará la victoria de una espectacular borrachera transitoria e inane de poder.

Sin embargo, de lo que no se ha hablado tanto, a pesar de no ser menos importante que los aspectos mencionados hasta ahora, es de la faceta psicológica, que a mí me interesa y preocupa a partes iguales, al ser mi ámbito académico, y formar parte de una organización en proceso de desmembramiento. Ha sido Fernando Broncano quien, en una interesante reflexión sobre psicología política, diagnostica el Síndrome de Sansón: «Caiga conmigo todo el templo y hundámonos todos antes de permitir tu victoria, malvado».

Las formas de ejercer el poder retroalimentan una serie de dinámicas que se extienden de arriba a abajo. Si la motivación de poder no trasciende lo personal-grupal hacia un trabajo abierto y colectivo para el objetivo del proyecto (cambiar la realidad en el sentido que esperan quienes confían en nosotras), empieza a generarse una desconfianza que se propaga inevitablemente, lo que a su vez lleva a defender los espacios de poder con parapetos personalistas (qué parecido «parapeto» y «aparateo»); una exigencia de lealtad mal entendida puesto que nos debemos, en última instancia, a la gente, no a quien ejerce temporalmente su representación. Dice Broncano: «El carácter y temperamento de los cuadros y líderes sigue siendo central para explicar ciertas derivas. […] el mecanismo básico es una realimentación epidémica de a) miedo al otro, b) imaginario estereotípico sobre el otro, c) terror a perder el propio estatus».

Ya se ha especulado estos días sobre las posibles razones que han llevado a Pablo Iglesias a empujar hacia una lista alternativa a Íñigo Errejón junto con casi toda la gente de reconocido talento con la que trabajó desde las elecciones europeas hasta las primeras legislativas a las que se presentó Podemos, para rodearse de un grupo en el que parece primar más la lealtad que la audacia política que nos ha traído hasta aquí. Desde luego, los episodios de este culebrón en los que se relacionan estrechas relaciones personales con acusaciones de conspiración, son un síntoma de una enfermedad «orgánica» que no tiene buen pronóstico.

Aunque conociendo a Iglesias, cabe esperar de él, en la Asamblea Ciudadana de este fin de semana, una vuelta de tuerca que dé un giro inesperado a la situación. Queda, pues, por desvelar en qué sentido dará el giro: aumentando o disminuyendo la presión.

En referencia al ensimismamiento de la izquierda del que hablaba en el capítulo anterior, por el que nos perdemos entre debates teóricos y luchas orgánicas, desconectándonos de la realidad externa al partido, de la necesidad perentoria de rescatar las instituciones secuestradas por el poder económico para ponerlas al servicio de la gente, Broncano explica que se debe a la impunidad frente al fracaso. El recurrente fracaso de la izquierda parece que queda exonerado por la extenuante lucha por el bien del pueblo. Y al no haber responsabilidades, podemos volver a ensimismarnos. Insisto: la forma de acabar con el culebrón es poner las expectativas de millones de personas como referencia y evaluar los logros obtenidos en esa dirección, de manera que las expectativas personales pasan a ser irrelevantes.

Entramos en Vistatriste, pero conservo la esperanza de salir de Vistalegre recuperando, no ya la ilusión, sino la confianza de que quien obtenga el mandato de representar la voluntad popular ejerza ese poder con responsabilidad y ejemplaridad.