El pablismo-leninismo y el PSOE

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

15 feb 2017 . Actualizado a las 09:18 h.

Aclararé, antes de comenzar, que la caracterización de pablismo-leninismo para referirse al último congreso de Podemos no es de mi cosecha, sino de la de Mario Jiménez, portavoz de la gestora del PSOE, que definió así sus resultados.

Creo tal definición muy acertada, una vez constatado no solo lo sucedido en la reunión de Vistalegre, sino lo que anuncian ya todos los medios, interpretando las palabras del hombre fuerte -Pablo Iglesias- que ha reforzado sus poderes y sus delirios sospechosamente autoritarios: una purga en toda regla de quienes han sido derrotados en un partido antisistema que tiene de moderno lo que yo de cardenal. Anticapitalismo y agitación callejera: esas son las señas de identidad de Podemos en una democracia del siglo XXI. Solo la inmensa frustración e ira social provocada por la crisis permite entender que un partido de esa naturaleza haya logrado hacerse en España con el voto de varios millones de electores. Pero las cosas son como son y ahí están los resultados.

La importancia del congreso de Podemos no reside solo, en todo caso, en el hecho cierto de que en él se haya confirmado una vez más que el tercer partido de España (segundo hoy, según muchas encuestas) sea de todo punto inequiparable a la práctica totalidad de las fuerzas de la izquierda existentes en Europa. No: el congreso de Podemos resulta decisivo porque aleja cualquier posibilidad de una confluencia nacional de gobierno entre los de Iglesias y el PSOE (salvo que los socialistas quisieran suicidarse), lo que, dicho en dos palabras, significa que el PSOE debe cambiar de forma radical la estrategia política que lo ha llevado, desde su conversión al zapaterismo, a caer en lo que es hoy: una fuerza sin líder, sin dirección y sin programa.

Con un Podemos con el que no es posible gobernar desde el centro izquierda y unos nacionalistas echados sin excepción al monte del independentismo, el PSOE no tiene otra opción que recuperar los dos elementos esenciales que lo convirtieron a partir de 1982 en un gran partido de Gobierno: por un lado, su moderación en el eje izquierda/derecha; por el otro, la recuperación de un discurso nacional, que aleje al PSOE de convertirse en un peón de brega de los independentistas para acercarse, sin pausas, y con prisas, al ansiado resultado de la secesión territorial, es decir, de la desmembración de España.

El PSOE está aún a tiempo, por su bien y el del país, de recuperar el proyecto que puede apartarlo del abismo que lo convertiría en una fuerza dependiente para todo de Podemos y los independentistas. Para ello, claro, tiene que ser capaz de renunciar a las cuotas de poder que le ha dado hoy o puede darle mañana esa alianza endemoniada. Si lo hace, entrará en el camino de la recuperación. Si no lo hace, está perdido. Y con él, claro, España entera.