Neofobia: un epílogo para Vistalegre 2

OPINIÓN

17 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El mundo es complejo, exigente, pero como no podemos estar en un constante estado de alerta, no es extraño que tengamos en la rutina una estrategia de ahorro de energía, que reservamos para situaciones de amenaza en las que hay que hacer esfuerzos extraordinarios. Nos sentimos más cómodos en entornos familiares que en aquellos que son desconocidos o inciertos. Sin embargo, los periodos de transformación esencial no se acometen desde la «zona de confort». Cuando en momentos de incertidumbre y cambio se rechazan las nuevas experiencias por temor a lo desconocido, cuando se rehuyen los desafíos por miedo a perder, se corre el riesgo de quedar arrumbado, al margen de la historia que evoluciona, inexorable.

Y la historia nos observa. El siglo XX quedó atrás y la deriva de este siglo nos plantea un desafío urgente. A pesar de que hay una conciencia social que, gracias a la quiebra del bipartidismo, identifica la oportunidad, me temo que la emancipación popular del capitalismo, por terminal que sea, no se precipitará desde asambleas de barrio. Confiar en que la ruptura del contrato social por parte del cártel político-financiero va a recomponer oportunamente una sociedad fragmentada, para constituir un amplio movimiento de resistencia frente al abuso institucional, es un espejismo que apuntala el statu quo. El deterioro de las condiciones materiales, la atomización social, unidos a un discurso de inexorabilidad alienante, han convertido, paradójicamente, al nihilismo en guardián de nuestra «celda de confort», entendida esta como resignación inducida: no hay alternativa.

Como dice César Rendueles «La democracia es imposible en un entorno social tan fragmentado como el nuestro, en el que una relación personal consiste en coincidir en la cola del supermercado… o en nuestra lista de seguidores de Twitter». En este contexto, con los vínculos sociales saboteados, la participación política desincentivada, y sustituídos por las redes sociales virtuales y la ciberpolítica respectivamente, son necesarias intervenciones desde abajo -la comunidad- y desde arriba -las leyes-, entre otras.

Son intervenciones imprescindibles y no antagónicas; complementarias; lo que lleva a sospechar que el obtuso debate calle vs. instituciones parezca responder a la necesidad de justificar el compromiso activista desde un escaño. Intervenciones imprescindibles y complementarias, pues, pero con diferentes escalas temporales; mientras que tejer una red social de empoderamiento popular es una ardua labor a medio-largo plazo, la recuperación de las condiciones materiales que rescaten de la exclusión a millones de personas requiere una intervención legislativa urgente. Y la fuerza generada en la primera servirá para consolidar las barreras que la segunda ha de construir para protegernos de la depredación causada por la especulación financiera, que no va a dejar de acechar.

El extraordinario proceso de cambio político provocado por Podemos en nuestro país sigue abierto y no debemos dejar pasar la oportunidad de recuperar la soberanía popular, antes de que el hartazgo y la indignación se conviertan, de nuevo, en resignación. El reparto de confianza de los inscritos de Podemos, en la Asamblea de Vistalegre, entre las propuestas de Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Anticapitalistas, abre un periodo que tendrá que asumir las tensiones propias de una organización nueva y diversa.

Me preocupa especialmente que, de entre los resabiados, no se vea la extraordinaria necesidad de un esfuerzo de generosidad y humildad para abordar este desafío con la inteligencia colectiva de la que presumimos, en vez de con dogmas. Me preocupa que el miedo a lo nuevo, el temor a perder el control de la máquina, nos lleve hacia una dinámica excluyente y a pensar en los que sobran, en vez de en los que faltan.

Porque podrían desnortarse quienes se creen reforzados por las ovaciones cuando gritan obviedades ante un auditorio cautivo, que está lejos de ser una muestra representativa de quienes nos necesitan afuera (ni siquiera quien se relaciona con Podemos con un ocasional click de ratón lo es). Porque si renunciamos a la audacia que nos ha hecho diferentes, y tendemos a parecernos a lo que había antes del 15M retomando planteamientos estratégicos obsoletos y dinámicas orgánicas homogeneizadoras, volveremos a generar el recelo de quienes, sin tener nuestra motivación política, son los verdaderos imprescindibles para acometer el reto de transformar el país: perderemos la confianza de una mayoría social que padece y necesita representarse, de alguna manera, a si misma. No podemos defraudar las expectativas de millones de personas en España y en Europa, donde nos ven como la punta de lanza de la nueva política del sentido común que, desde la calle, se clava en las grietas que la crisis económica y social está abriendo en el muro institucional.

Confío, sin embargo, en que esta revolución política, la del sentido común, necesariamente transversal, no sea como las científicas descritas por Thomas Kuhn que, citando a Max Planck decía: «una nueva verdad científica no triunfa porque haya convencido a sus oponentes y le haya hecho ver la luz, sino más bien porque sus oponentes mueren finalmente, y una nueva generación crece más familiarizada con ella». Esto significaría que el triunfo de los de abajo solo podría llegar de la mano de quienes, sin troquelado partidista, han empezado a participar en política con el surgimiento de Podemos. Y no podemos esperar. Sería decepcionante dejar pasar esta oportunidad excepcional por una crisis de neofobia.