22 de febrero

OPINIÓN

22 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy es el día de escuchar «en mi oficina, las mujeres y los hombres ganan el mismo salario por el mismo trabajo, y se vería muy extraño si las oficinas de recursos humanos intentaran descontarle a una mujer el 30% de su salario por el hecho de ser mujer». Y esto me indigna, porque esto es una representación errada de lo que significa la brecha salarial de género.

Esta es la diferencia entre la ganancia de los hombres y las mujeres por concepto de su trabajo, expresado como un porcentaje de los salarios masculinos: esto es, es un promedio poblacional, no una cifra absoluta aplicable a cada caso concreto.

Las mujeres tienden a incorporarse en mayor número a profesiones y ámbitos peor pagados, y a estudiar carreras que las conducirán a este tipo de trabajos y si bien esto no es una forma de discriminación directa por parte de los empresarios, sí es consecuencia de una discriminación estructural que llega hasta la forma en la que las niñas son educadas desde la más temprana edad.

La brecha, es consecuencia de una serie de factores, y muchísimo más compleja que simplemente imaginarse a un jefe específico cortando parte del cheque de una empleada solo por ser mujer. Las decisiones tomadas por los empleadores a la hora de asignar recursos, contratar y ascender personal y diseñar políticas internas tienen mucho que ver, pero también las decisiones tomadas por las mujeres a lo largo de sus carreras, a causa o no de la presión social y las expectativas propias de las construcciones de género, y juegan un papel fundamental en esta diferencia.

Muchos de estos factores podrían corregirse a través de cambios en las políticas públicas, pero otros son consecuencia de constructos culturales, y como tales, tardarán muchísimos más años en ser modificados.