¿El fin de España? ¡Menos lobos!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

01 mar 2017 . Actualizado a las 08:13 h.

Lo ha proclamado Francesc Homs, oficiando de alevoso Nostradamus: si hay condenas contra quienes organizaron un referendo ilegal, «será el fin del Estado español». Sobrecogedora profecía: España (el Estado español, en la jerga nacionalista), a las puertas de su desaparición por un motivo que solo se puede calificar como trivial: cuatro o cinco dirigentes políticos, presuntos autores de varios delitos tipificados en todas las leyes penales democráticas del mundo, son juzgados con plenas garantías por los tribunales independientes de un Estado de derecho; los procesados se defienden según las reglas del sistema pero amenazando al propio sistema con el que han intentado lograr su absolución: si esta no se produjera romperían la baraja y sería «el fin del Estado español». 

¡Hombre, un poco de humildad y de mesura! Si condenan a Homs y a Mas a varios años de inhabilitación, será el fin, pero no de España, sino de sus carreras políticas, que ellos han aprovechado para impulsar a lo loco dos desastres clamorosos. Homs, Mas y su gavilla han llevado a la antigua CiU a una debacle formidable y a Cataluña a un trágico atolladero que no tiene más salida que el abandono del delirio independentista y la lenta recomposición de unas relaciones con el resto del país que los secesionistas han hecho cisco a sabiendas, con su irresponsabilidad descomunal.

Pero, ¡el fin del Estado español! ¡Menos lobos, Caperucita! Sin ir más allá del período constitucional de nuestra historia, España ha resistido en las dos últimas centurias casi todo lo que una mente humana puede imaginar: una guerra contra Napoleón, que los españoles ganaron al emperador francés, entonces el hombre más poderoso de la Tierra; el sexenio absolutista y la década ominosa; tres guerras carlistas en poco más de cuatro décadas; varias guerras coloniales; no menos de ocho cambios constitucionales; revoluciones y contrarrevoluciones; golpes de Estado, semanas trágicas, pronunciamientos, dictaduras y dictablandas. Y para acabar, una Guerra Civil devastadora y una atroz e interminable dictadura.

A todo eso, y a mucho más, han sobrevivido España y los españoles, quienes tuvieron la fuerza y el sentido común necesarios para salir de ese inaudito laberinto construyendo a partir de 1977 una democracia comparable a las más avanzadas de su entorno, un sistema descentralizado que solo impugnan los que se han servido de él para intentar dinamitarlo (y llenarse de paso los bolsillos) y un Estado de derecho gracias al cual los presuntos delincuentes pueden, sin riesgo alguno, presumir de sus delitos, amenazar a los tribunales y proclamar, como si tal cosa, que harán estallar el Estado si alguien se atreve a aplicarles la ley a la que estamos sujetos los demás. Pero todo tiene un límite y los secesionistas catalanes lo han superado muy de largo. Es hora ya de que se enteren de una vez.