Penes, vulvas y crucifijo cocinado

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco VAldés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

08 mar 2017 . Actualizado a las 08:22 h.

«Calcúlese un Cristo ya macilento para dos personas. Se le extraen las alcayatas y se le separa de la cruz que dejaremos aparte. Se desencostra con agua tibia y se seca cuidadosamente». Javier Krahe, famoso cantautor, comenzaba así el vídeo en que explicaba la receta para cocinar un Cristo que, realizado en 1977, fue emitido en el 2004, durante una entrevista al artista en el espacio Lo + Plus. A consecuencia de ello Krahe fue procesado por un delito de ofensa a los sentimientos religiosos y finalmente absuelto por el Juzgado de lo Penal número 8 de Madrid.

Pese a mi discrepancia con algunas de las consideraciones del juez en su sentencia, tengo pocas dudas de que la libertad de expresión en una sociedad democrática cubre la emisión de un vídeo tan soez, nauseabundo e intemperante como el que realizó Krahe con la indudable intención de dar de reír a sus seguidores a costa de los sentimientos religiosos de millones de personas. Porque en democracia ni el mal gusto debe estar perseguido penalmente ni el límite a la libertad de expresión debe nacer de una estricta visión de lo que puede ofender a otras personas: si fuese así, la libertad de expresión se iría achicando poco a poco hasta quedársenos en nada.

Por lo mismo, no creo que el estúpido mensaje del autobús en que la extrema derecha pasea por Madrid su integrismo sobre el sexo y las identidades sexuales pueda ser considerado delictivo. Y ello pese a que sin duda ofende no solo a todas las personas que solemos incluir bajo el acrónimo LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales), sino también a los muchos que sin pertenecer a ninguno de esos grupos creemos que todos ellos merecen idéntico respeto y consideración que los heterosexuales.

La libertad de expresión, clave de arco de la democracia, no garantiza, sin embargo, que quienes la utilicen sean sensatos, inteligentes y respetuosos con las diferencias. El derecho también lo ejercen los majaderos, los necios y los que viven de desacreditar a los que no son o no piensan como ellos.

Por eso la realidad de las diferencias de opinión, credo o identidad sexual en una sociedad democrática no pueden tratarse solo desde la perspectiva de la libertad de expresión -que, obviamente, y como todas, tiene límites-, sino también, y quizá muy especialmente, desde la del indispensable respeto al pluralismo, sin el que no hay sociedad abierta que pueda subsistir en armonía. Krahe tenía derecho a realizar su vídeo basura y Hazte Oír lo tiene a pasear por las calles su basura de mensaje, pero el ejercicio de ese derecho, que inevitablemente molesta u ofende a los que no piensan o no son como quien lo ejerce, no hace mejor a nuestra sociedad, sino peor; no incrementa su pluralismo, sino que lo cercena; no perfecciona nuestra convivencia, sino que la deteriora de un modo tan absurdo como estéril. Y de todo ello no son responsables los ofendidos, sino los ofensores.