De Villa a Villa

OPINIÓN

14 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La caída de un poderoso produce sensaciones contradictorias. Del hombre subido al pedestal, con esa suficiencia que produce tener algún tipo de mando o control, a contemplar a alguien sumido en la decadencia, resulta un viaje de extremos. Los gestos de exuberancia del hombre poderoso han desaparecido en el ser debilitado, pero la pulsión totalitaria que suele empujar el ansia de poder, con todas sus mezquindades, sigue estando ahí. El Villa con pañuelo rojo al cuello que clamaba al lado de presidentes del gobierno y otras autoridades, no creo que haya abandonado al Villa que camina apoyándose en un bastón y ayudado por otras personas.

Cuando a principios de 1978 se van celebrando las primeras elecciones sindicales tras la firma de los Pactos de la Moncloa, no se había aprobado la Constitución, ni celebrado elecciones municipales, ni existían las autonomías, sólo el primer parlamento estatal y los aparatos de los partidos eran todavía escuálidos, en especial en una periferia como la asturiana. Pero José Ángel Fernández Villa, con esas elecciones sindicales tenía tras el más de un centenar de liberados y puede decirles a representantes institucionales y políticos que llegan hasta la actualidad: «Cuando vosotros llegasteis, el aparato ya estaba ahí». Y es que Villa es pura transición, representante del llamado régimen del 78. Eso de lo que Orwell hablaba en Rebelión en la Granja. El como encauzar la rebeldía histórica de la clase obrera minera, a las aguas del conformismo. Y para ello, más que grandes dosis intelectuales, teóricas, ser un gran estadista, existe algo simple pero muy práctico, actuar como un animal de instintos, conocer el terreno que se pisa y dominarlo. Y Villa ha sido un fino animal de instintos. Cuando el populismo no estaba de moda y apenas nadie sabía que era, él ya lo practicaba y con éxito. El Villa que rendía honor a los muertos del Pozu Funeres, el que cantaba la internacional puño en alto, que se encerraba en un pozo y salía entre aclamaciones, que se enfrentaba a la policía… Era el hombre que seguía los consejos de Maquiavelo, aunque hubiese leído a Maquiavelo: que la manera más astuta de ejercer el poder no es estar en primera fila, sino detrás, controlándolo todo. Lo demás, ritual, mucho ritual, un «mecagüen mi manto», un puñetazo en la mesa, pueden ser más útiles que argumentos o reflexiones. En realidad somos carne de emoción y la emoción es muy manipulable.

Ahora Villa puede ser juzgado por un delito que ignoro si ha cometido. Ahora casi nadie quiere saber de él. El poderoso caído del pedestal termina siendo carne de linchamiento; a mí no me gustan los linchamientos. Sobre todo porque más allá de sus responsabilidades individuales, José Ángel Fernández Villa, es producto de un contexto, de un determinado marco político y sindical. Y ese marco, no se va sentar en el banquillo. Es lógico que trate de defenderse lanzando acusaciones a otros; el animal de instintos acorralado, aún débil, sigue sabiendo el terreno que pisa.

Contemplar a Villa en declive no deja de producir una cierta tristeza, aún desde quienes estamos en las antípodas de sus practicas políticas. El mundo político es uno de los más tóxicos que existen, donde se pone de manifiesto la máxima hobbesiana de El hombre es un lobo para el hombre. Villa, que fue lobo, ahora es animal acosado, y los que eran de su manada, miran hacia otro lado, e incluso le acosan.