De disgusto en disgusto hasta la felicidad final

OPINIÓN

21 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta parece haber sido la semana negra de la derecha patria, se diría que no gana para disgustos. La derrota del gobierno en las Cortes ha provocado airados lamentos de los dirigentes del PP y llenado de dolorida indignación los editoriales y columnas de la prensa madrileña. El diario monárquico por excelencia había enviado de corresponsal a Holanda a uno de sus columnistas más trumpistas, con la poco oculta esperanza de que celebrase in situ la victoria de Wilders o, mejor, la derrota de esa izquierda multiculturalista, hedonista y anticristiana que ha dejado el continente inerme ante las hordas musulmanas; no hay más que leer sus crónicas para comprobar su amarga decepción. Encima, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, en vez de condenarlo a cadena perpetua, como es evidente que se merecía, solo le ha impuesto a Artur Mas dos años de inhabilitación por organizar un referéndum que ni el gobierno de Rajoy cree que lo haya sido. No podía faltar el ayuntamiento de Madrid, que hizo pública estos días su propuesta de sustitución de nombres franquistas del callejero de la ciudad, puro revanchismo rojo. Para colmo, a pocos días de la semana santa, Unidos Podemos propone en el Congreso retirar la transmisión de la misa dominical de la segunda cadena de RTVE.

Que no se entusiasmen demasiado las izquierdas, ya se sabe que no hay mal que por bien no venga y da toda la impresión de que el primero y el último de esos tristes sucesos acabarán dando más alegrías que penas a los conservadores.

Antes de entrar en ellos, merece un comentario la acogida al cambio de nombres de las calles. La comisión nombrada por el ayuntamiento madrileño está integrada por personas de reconocida valía y más bien moderadas, acorde a ello es la propuesta. Poco tenían que decir los que hace meses provocaron, sin fundamento, un escándalo preventivo. Alguien hizo un chascarrillo con cuestiones anecdóticas, pero no podía dejarse pasar la ocasión de atizarle a la malvada Carmena. El Mundo, que teóricamente representa a la derecha más moderna, hizo un auténtico ejercicio de funambulismo literario: como no podía criticar ni la selección de nombres de calles a sustituir ni la relación de nombres alternativos, su director y el editorial, supongo que escrito por la misma mano, sostenían que eso había que haberlo hecho hace 40 años, pero que ahora es un ejercicio de revanchismo. Creo recordar que leí en una ocasión a su actual director confesar que había sido de izquierdas en su juventud, supongo que entonces querría una ruptura, como mínimo, a la portuguesa. Lo comprendo, a muchos nos hubiera gustado ver la bandera tricolor ondeando en el Palacio de Oriente en 1976, pero la transición fue como fue y no está mal que se culmine la labor de borrar los vestigios de la dictadura, aunque sea con retraso. Sorprende que un periódico que se considera demócrata no lo vea así.

Lo de la misa en RTVE es una prueba de irreflexión, de la inmadurez de Podemos, que solo puede provocar satisfacción en el PP. Es indispensable defender la laicidad del Estado, pero eso no debe confundirse con privar de derechos a los creyentes. Que la enseñanza de la religión tenga el carácter de asignatura evaluable no es un derecho y es cuestionable tanto desde el punto de vista pedagógico como desde el científico, del rigor que deben poseer las materias estudiadas en la enseñanza oficial, y por el agravio que supone introducir en el profesorado a quien no ha pasado por el proceso de selección público al que se someten todos los demás. Que las autoridades presidan ceremonias religiosas, incluidas las procesiones, o condecoren a santos o vírgenes es contrario a la aconfesionalidad del Estado e incluso, lo segundo, esperpéntico en el siglo XXI. Podrían ponerse muchos más ejemplos, pero privar a los ancianos o enfermos que no pueden acudir a las ceremonias religiosas de la posibilidad de seguirlas por televisión es una discriminación. A nadie perjudica que la 2 las emita un domingo por la mañana, cuando nadie más la vería, y, en cambio, satisface a muchos que, compartamos o no sus creencias, tienen derecho a ello. Es cierto que hay televisiones privadas, pero, por costumbre o porque les gusta más, miles de personas prefieren seguir esas ceremonias, no solo católicas, en la pública ¿por qué no pueden hacerlo? Mucho más censurable es la habitual programación de semana santa, desde el bombardeo de peplum, repetidos año tras año, hasta las reiterativas y omnipresentes retransmisiones de procesiones y ceremonias católicas. Ahí sí que se violan los derechos de los no creyentes.

El PCE acertó cuando, en plena dictadura, decidió abrirse a los católicos y, sin dejar de defender la laicidad del Estado, abandonar el anticlericalismo. Una cosa es combatir los desvaríos del integrismo liberticida, sea católico, protestante o musulmán, y otra irritar gratuitamente a los creyentes. Por ese camino será imposible que UP pueda ganar unas elecciones, la derecha lo sabe y lo aprovecha, no hay más que ver la portada de ABC de este domingo. En la que, por cierto, sorprende encontrar a un Oriol Junqueras que sí dirige un partido de tradición anticlerical.

Para las izquierdas, lo malo de todo esto es que el PP sabe que hoy es el único que puede ganar unas elecciones. Por eso solo le duele en apariencia la derrota en el Congreso, siempre podrá aprovecharla para justificar el adelanto electoral si considera que le conviene. No es que haya cesado el descontento con la corrupción o el malestar por el empobrecimiento de buena parte de la población y por el deterioro de los servicios públicos. No, el problema es que el PP, por antipático que resulte, por impopular que sea Rajoy, ha logrado aparecer como el único partido que puede gobernar con cierta estabilidad y sin aventuras que puedan provocar que vuelva la crisis. Mientras el PSOE y Unidos Podemos no se convenzan de que tienen que ser percibidos como alternativas serias de gobierno y que la gente debe creer que llegarán a acuerdos si es necesario; mientras su objetivo sea destruirse el uno al otro y, lo que es peor, cada uno a sí mismo, el PP seguirá siendo el único que puede ganar unas elecciones. Después de tanto disgusto, para ellos será la alegría final.