La fiesta medieval (para unos pocos)

OPINIÓN

22 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Las ferias medievales son maravillosas: estimulan la imaginación y los sentidos. Trajes de época, profesiones que ya no se ven, panes artesanos, malabares, teatro, cantares de gesta… Si hasta en La Movida «Los Nikis» hicieron un videoclip muy gracioso sobre «La Fiesta Medieval». Está claro que la recreación histórica y las fiestas medievales molan, pero deben seguir siendo eso: Ficción y entretenimiento y no la base de un sistema político en 2017.

Por eso, no es de recibo que en pleno siglo XXI se ponga en duda el impuesto de sucesiones mientras seguimos aún, concordato mediante, pagando el diezmo a la Iglesia. Todo ello, por supuesto, bajo la atenta mirada de un jefe de estado cuyos grandes méritos son, por este orden, haber nacido Borbón y varón. Y mientras esto sucede la gente hace memes en internet o vuelan drones por encima de la Playa de Xixón acentuando aún más si cabe los contornos de esta contemporaneidad con tintes medievales. El «Papa espacial» de Futurama cada día me parece más plausible cuando veo a los ricos de cuna (El 2%, pues sólo el 2% de las herencias paga impuesto de sucesión en Asturies) saliendo a manifestarse contra el impuesto de sucesiones. Creo que fue ésa la primera vez en mi vida que eché de menos un poco más de «liberalismo» en la vida política de este país.

¿Acaso no eran los liberales los que luchaban contra los «asistidos» y los que defendían la cultura del «mérito y del esfuerzo»? ¿No eran ellos los que decían que estaba bien enriquecerse si uno arriesgaba, si uno emprendía y si uno tenía una idea y creaba puestos de trabajo? ¿Pues entonces? Si la cosa va de dar a todo el mundo las mismas oportunidades, lo suyo sería que todo el mundo partiese del mismo punto de partida. No puede ser que unos hereden el aire y los pisos de 60 m² y los otros las fortunas. Unos los cargos (en multinacionales o en jefaturas de estado) y otros las cargas (familiares o económicas). Porque si aceptamos pulpo como animal de compañía y aceptamos que Fulanito sea rico por sus ideas, por su capacidad emprendedora o, incluso, por su suerte invirtiendo; lo que sí que es inaceptable es que Menganito, su hijo, herede hasta el último céntimo de esa fortuna y nadie le diga nada. No puede ser que unos vivan de las rentas de lo que han conseguido sus padres o, peor aún, sus tatarabuelos, mientras que otros no llegan a fin de mes ni pueden tener la calefacción encendida en invierno. El impuesto de sucesión lo paga muy poca gente y lo pagan muy poco.

¿Cómo es que aceptamos que las rentas del trabajo lleguen a gravarse con tipos del 45% - cosa que es buena, desde luego, a partir de determinadas cantidades- y al mismo tiempo la herencia más grande del mundo tributa bien por debajo de esa cantidad? ¿Cuándo decidimos que uno debe ser menos dueño del fruto de su trabajo que del fruto del trabajo (o de la explotación o de la suerte) de sus ancestros? ¿Cómo es que no hay dinero para financiar un paro vitalicio o una renta básica si hay gente a la que le «tocan» literalmente millones por ser hijo de quién es?

Es inadmisible que varias comunidades autónomas hayan suprimido el impuesto de sucesiones en una clara vuelta al medievo. El impuesto de sucesiones es necesario y debe de ser, como el IRPF, socialmente justo y por tramos. En un primer tramo exento y en cada tramo mayor hasta llegar a un tramo, digamos por ejemplo a partir de 4 millones de euros, que es cantidad más que suficiente para vivir sin trabajar varias vidas, en el que el impuesto debería ser en mi opinión, del 100%. Por contextualizar esta cantidad una persona con un salario de 2.000€ al mes, trabajando 40 años desde los 25 a los 65 años, madrugando cada día de la semana salvo un mes de vacaciones al año, habrá ganado (ganado que no recibido) 960.000€. Las cifras son discutibles, por supuesto, pero la esencia es que no puede haber gente heredando fortunas millonarias en el mismo país y en la misma ciudad en la que hay personas y niños que no tienen calefacción, internet, electricidad o casa en la que caerse muertos.