El fusil del pueblo

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

26 mar 2017 . Actualizado a las 10:22 h.

Este inminente abril la empresa que fabrica el AK-47 implantará un triple turno de trabajo para atender la demanda creciente del legendario fusil inventado por Mikhail Kalashnikov. El clásico, impreciso en la larga distancia pero con una potencia devastadora para quienes prefieren matar sin sutilezas, vive el mejor momento de su historia. En su día consiguió imponer su contundencia a la sofisticación alemana, una virtud que han valorado los narcos más despiadados y los pistoleros del Bataclan. La historia del Kalashnikov es la de los últimos y acelerados sesenta años. En sus créditos figuran los mejores conflictos de la humanidad, de Vietnam a Camboya pasando por Yugoslavia. Pero en su momento, también fue el fusil del pueblo, un arma barata que los primeros marxistas exhibían como evidencia de clase y que ofreció a los desharrapados una herramienta eficaz para plantar cara a los injustos en  condiciones de igualdad. Enseguida el diablo se metió en el cargador. Su balance de víctimas paraliza. De él escribió Roberto Saviano: «No existe nada en el mundo que haya causado más muertes que el AK-47. Ha matado más que la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, que el virus del sida, que la peste bubónica, que la malaria, que todos los atentados fundamentalistas islámicos, que la suma de muertos de todos los terremotos que han sacudido la corteza terrestre». Con estas credenciales, los fabricantes del ingenio llegarán al verano con las máquinas echando humo. Cada operario será responsable del siguiente muerto, pero será este un escaso peaje en carne humana para un negocio boyante. Con ese tormento interior se murió en el 2013 su inventor. Zarpazos morales que a nadie importan, ni siquiera al hiperproteccionista Trump, que a pesar del bloqueo a Rusia accede a que entren en EE. UU. toneladas del fusil que convierte a un mono en un combatiente, como dijo Kabila. Amiguiños si, pero a vaquiña polo que vale.