La lucha en contra de la hegemonía política

OPINIÓN

30 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Antonio Gramsci el teórico italiano de comienzos del siglo XX decía en sus Cuadernos de la Cárcel que el príncipe moderno no puede ser una persona, un individuo concreto; solo puede ser un organismo, un elemento complejo de la sociedad en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Pero esta voluntad colectiva ha fracasado sucesivamente debido a que determinados grupos sociales se han estancado y no permiten la evolución. Estos grupos se concretan en nuestros días en la Iglesia, el mundo de las finanzas o Ibex y en la Corona.

Esta idea ha sido la que inspira mucha de la actividad ideológica y política de algún partido político que busca el poder en España. Pero lo que no se señala es que para alcanzar la hegemonía política y superar al entendido como sistema estanco, es necesario una gran reforma intelectual y moral, es decir una concepción del mundo renovadora que no se improvisa de forma rápida.  Esta reforma cultural necesita una perturbación en el sistema de relaciones intelectuales y morales que debería entenderse como un cambio paulatino, muy lento y razonado de una sociedad como la española que es entendida como un estado de derecho.

Los nuevos partidos políticos españoles no quieren esperar a que tal transformación suceda, dado que se tardarían décadas de ejemplo ético individual y colectivo. Por eso, es mejor recurrir al populismo. Un buen ejemplo todo ello es el despliegue realizado en contra de la Iglesia.

Antonio Gramsci señalaba en sus Cuadernos de la Cárcel que al Catolicismo había que atacarlo desde varias perspectivas: la acción católica, los concordatos, a los católicos integrales, a los jesuitas y a los modernistas, a las encíclicas contra el pensamiento «moderno» y en definitiva había que estar en contra de la religión y de la lotería.

Desde hace tiempo ha existido el empeño de atacar a la religión comparándola con el juego de la lotería. El juego de la lotería es entendido como el gran sueño de la felicidad que se da cada semana. Los franceses Balzac y Pascal nos hablan de la lotería como «el opio de la miseria», y del juego de azar, de las apuestas, como una aproximación a la religión. En la Historia de la Literatura Francesa de G. Lanson se dice que el opio de la miseria, la lotería, la más poderosa hada del mundo, que despierta esperanzas mágicas, se encontraba al mismo nivel que la religión, capaces las dos de ejercer una impotencia fuerte sobre la razón.

Pero, ¿qué ha significado la religión? Hoy se puede hablar de una herencia olvidada, dado que poco o nada, a la religión se la recomienda para apoyar la educación en una sociedad cualquiera. Pero como contraste se ha dicho que una buena parte del éxito de la Educación en Finlandia, al menos en sus reflejos en los informes PISA, se debe a que detrás de toda la enseñanza existe una sociedad compacta que sigue el calvinismo finlandés sin problema alguno, algo que da coherencia al presente y futuro a la sociedad finlandesa.

Hoy parece imponerse una imagen sesgada de una Cristiandad colocada a la zaga de un Islam de las luces, que debe su desarrollo al saber griego. Y aunque no creo que los portavoces de los grupos políticos actuales españoles que protestan contra las manifestaciones religiosas sean expertos en religiones y sus antropologías, se podría decir que siguen de manera muy superficial la idea de una leyenda negra medieval que ofrece la imagen reduccionista de la Europa cristiana de los siglos VII al XII, como la de un continente encerrado por las cortinas de una Edad Oscura.

Hoy, pasados siglos, esta idea se ha hecho política y se manifiesta como todos estamos viendo. Hoy ya no se codicia a la cultura religiosa. De alguna manera se la desprecia y lo que importa son los mensajes cortos y llenos de animadversión hacia el diferente.