La solidaridad no salva a Suecia

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

J. NACKSTRAND Afp

08 abr 2017 . Actualizado a las 06:57 h.

La calle Olof Palme de Estocolmo se llama así porque en ella mataron a tiros en 1986 al célebre primer ministro, el símbolo de la utopía sueca. Y fue precisamente de esa calle de donde salió el camión que provocó la tragedia de ayer. Acelerando, entró en Drottninggatan, a poca distancia de la vieja casa de August Strindberg, el gran dramaturgo del rencor, que vivió en el número 85. En la Drottninggatan el terrorista tenía garantizadas víctimas fáciles. Es una vía semipeatonal, pero además es rectilínea, lo que le permitió seguir aumentando la velocidad hasta que finalmente fue a estrellarse en los grandes almacenes Åhléns.

De modo que se repite, punto por punto, el perfil de un género de atentado en el que los yihadistas han encontrado la herramienta perfecta del terror: en este caso un simple camión de reparto de cerveza robado. Era un método que ya proponían a sus seguidores en el 2014, pero se ha convertido en el predilecto tras contemplar su potencial destructor en el ataque de Niza en julio del 2016, que dejó más de ochenta muertos. En noviembre del año pasado, la revista del Estado Islámico, Rumiyah, publicaba incluso una prosaica guía «paso a paso» para facilitarles esta clase de ataques a personas sin el más mínimo adiestramiento previo («acordarse de mirar que haya suficiente combustible», decía uno de sus puntos). La cosecha de muerte no les habrá decepcionado: además de los 86 muertos de Niza, otros doce en Berlín, otros seis en Londres... Ayer todavía no se conocía la cifra para Estocolmo, perdida en la confusión que se apoderó de la policía y del Gobierno sueco.

El lugar del ataque se encuentra a poca distancia del punto en el que se produjo otro atentado islamista en el 2010, y que hasta ahora se consideraba el único en la historia de Suecia. Pero entonces el terrorista iraquí que lo llevó a cabo solo se mató a sí mismo con el artefacto que hizo explosionar, por lo que las autoridades le quitaron importancia. Lo cierto es que Suecia se ha sentido siempre a salvo del terrorismo islámico, protegida por su pacifismo, su corrección política y sobre todo por su solidaridad para con los refugiados. Era una fantasía.

Esfuerzo de integración

Es cierto que el país ha hecho un inmenso esfuerzo de acogida de inmigrantes y refugiados; el que más en Europa si consideramos el pequeño tamaño de su población, de menos de diez millones. Más aún: ha ido modelando sus leyes para proteger a los inmigrantes de la xenofobia hasta el punto de que a la policía le está prohibido informar del origen étnico de los criminales o comprobar la edad de los inmigrantes que se declaran menores. Cuando en noviembre del 2015 el primer ministro Stefan Löfven anunció controles fronterizos ante la inminencia del colapso de los servicios públicos por la avalancha de inmigrantes ese año, se podía ver a la viceprimera ministra a su lado, llorando.

Ya antes de este atentado muchos suecos habían empezado a cuestionar esta política. Los Demócratas Suecos, un partido antiinmigración de la derecha populista, aparece como primera fuerza en las encuestas de cara a las elecciones generales del año próximo. El ataque de ayer puede darles aún más impulso. Incluso el nombre de la calle de Olof Palme, la calle que usaron los yihadistas para tomar impulso, ha quedado mancillado.