La deshumanización de la noticia

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

11 abr 2017 . Actualizado a las 08:08 h.

Por supuesto que a Carme Chacón hay que descontarle, como a todos, el plus de mortalidad: ese porcentaje de engrandecimiento de la persona cuando fallece y que le hizo decir a Rubalcaba que en España hacemos grandes entierros. Sobre todo, cuando esa persona muere joven y de forma inesperada. Por esa razón limitaré mi juicio político a unas cuantas definiciones. Supo defender el Estado en un territorio y en un momento en el que crecía el independentismo y se empezaba a marginar a quien propugnaba la unidad de España. Tuvo el tirón electoral suficiente para darle al PSC el triunfo -quizá el último- en unas elecciones generales. Dijo el discurso que el socialismo necesitaba cuando se quedaba sin oferta ideológica. Fue el símbolo de una época de conquista de posiciones políticas de la mujer. Supo perder en una votación interna y retirarse para no crear tensiones en su partido. Algunos la animamos a competir por la secretaría general del PSOE después de ese primer fracaso, pero ella negó, quizá porque conocía su debilidad física, quizá porque pensaba que no tenía el poderío suficiente para salvarlo. Fue leal, coherente, fiel a sus principios y se marchó rodeada del aprecio y el respeto general. Creo que es lo mejor que se puede decir de alguien que se dedicó a la política. 

Pero quiero añadir el detalle humano más doloroso: Carme Chacón falleció en soledad. Murió sola en su casa, circunstancia especialmente triste en una persona a la que tanta gente quería, como resaltó Alfonso Guerra. Quizá buscó una mano en ese trance, y no la encontró. Quizá dijo una palabra y no hubo quien le respondiera. Quizá quiso pedir auxilio y no pudo marcar un número de teléfono. Quizá su hijo de ocho años estaba por turno con su padre. ¿Quién sabe nada de cómo han sido sus últimos minutos? Vivió rodeada de cámaras y micrófonos. Respondió a todas las llamadas que le hicimos los periodistas en busca de su opinión, y no tuvo nadie a quien decirle que se moría.

Muchos de esos periodistas estuvieron ayer en tertulias de radio y televisión y muy pocos sabían que sufría una cardiopatía tan grave. Y ella lo había confesado en entrevistas y actos públicos. Y cronistas de renombre, que ayer recordaban de memoria las fechas de cada uno de sus pasos políticos, desconocían lo fundamental de su vida, que era su enfermedad. ¿Qué nos pasa? ¿Oímos lo que alguien sufre, pero no lo escuchamos? ¿Anteponemos cualquier acontecimiento que tenga algo que ver con el poder a lo sencillamente humano? ¿Valoramos exclusivamente la noticia política y menospreciamos el factor personal? La muerte de Carme ha demostrado que sí. Haría falta una reflexión colectiva: se ha deshumanizado la información.