Nacionalismos: nuestro castigo cotidiano

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

19 abr 2017 . Actualizado a las 09:08 h.

La que fuera una de las grandes pestes del siglo XX, origen de catástrofes inmensas -el nacionalismo- va camino de convertirse en un peligro insufrible en estos atribulados comienzos del siglo XXI. 

Y es que el nacionalismo es una ruin y feraz hierba, capaz de crecer en tierras muy distintas, versatilidad que explica la facilidad con la que parasita ideologías que se pretenden diferentes e incluso incompatibles. Nacionalistas se autoproclaman los pistoleros de ETA y sus cómplices políticos; los izquierdistas de la CUP, ERC y el BNG; los supuestos moderados y ahora sublevados del PDECat (antes Convergencia) y ese PNV que propone (¡cómo estamos!) que el País Vasco sea para el resto de España como el Peñón de Gibraltar. También son nacionalistas, claro, los cuatro gatos de Falange y la extrema derecha, tan sectarios en la defensa de la nación española como sus correligionarios periféricos en defensa de la vasca, la catalana y la gallega.

El nacionalismo resultaría angustioso para España, pero no para el planeta, si fuera una patología propia y nada más. ¡Pero no! Nacionalista es Trump, cuyo discurso pivota sobre ideas típicamente patrióticas y tan elaboradas como la de Make America great again (Hagamos grande a América de nuevo); y Marine le Pen (Unis, les français sont invincibles); y los partidos populistas de Alemania, Holanda, Suecia o Austria, que reclaman todo para los nacionales y nada para los extranjeros; y los partidarios de un brexit cuya campaña se construyó sobre la dualidad nacionalista nosotros frente a ellos. ¿No es nacionalista Maduro, que agita la patria contra la democracia, como en Cuba durante décadas los dos hermanos Castro? ¿Y Erdogan, que apela al orgullo de los buenos turcos patriotas para ganar su referendo? ¡Qué decir de Putin, que ha recuperado lo peor del patriotismo soviético, o de King Jon-un, el sátrapa que tira de lo mismo mientras los coreanos viven en una miseria aterradora!

En realidad, pese a sus diferencias, todos los nacionalismos referidos tienen en común su pavorosa pobreza argumental, basadas en una idea de una galopante necedad: que los miembros de la nación son mejores que quienes no lo son y que por ello aquella debe defenderse de sus enemigos exteriores: españoles; catalanes, vascos o gallegos; rusos o norteamericanos; europeos; mexicanos; musulmanes o cristianos. Y, por supuesto, la categoría superior en que el enemigo se personifica finalmente: el otro, el de fuera, el extranjero, el que ha cometido el delito atroz de ser de otro lugar.

Que tales sandeces hayan provocado millones de muertos durante el siglo XX y sean en el XXI la idea fuerza de líderes, partidos, movimientos y dictaduras que tienen en jaque a la democracia y a la sociedad abierta es más que un peligro: es una auténtica indecencia que debe combatirse a diario sin descanso. Pues los nacionalistas son, sin excepciones, incansables.