El PP y la corrupción

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

20 abr 2017 . Actualizado a las 08:39 h.

El PP no logra sacudirse de encima el estiércol de la corrupción. Día sí y día también salen a la luz pública escándalos de nuevo y viejo cuño, demoledoras decisiones judiciales e inmundicias que permanecían escondidas debajo de las alfombras. El martes, el tribunal del caso Gürtel decidió que Mariano Rajoy declare en condición de testigo. Ayer, miércoles, la Guardia Civil detuvo a Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid, y a otras doce personas. A saber qué nos deparará hoy esta novela negra por entregas.

¿Pero qué le pasa al PP? ¿Por qué su negativa a despiojarse, por qué su incapacidad para arrancar de una vez la legión de garrapatas incrustadas en su cuero cabelludo? Para mí, que no quiere ni tiene voluntad de hacerlo. Prefiere enrocarse, correr un tupido velo sobre cada caso -le faltará tela para tanto escándalo- y aguantar hasta que amaine el temporal. Solo in extremis, como sucedió en Murcia, se resigna a entregar una cabeza para no perder un trono. A fin de cuentas, deben pensar sus ideólogos, tampoco nos ha ido tan mal con esa política: con todo lo que ha llovido, seguimos ganando elecciones.

Esa estrategia de la pasividad, la permisividad y la resistencia tiene, no obstante, un punto peligroso. A la gente a veces le da por pensar y puede llegar a la fatal conclusión de que el PP no es un partido con corruptos, sino un partido corrupto. Y esto son palabras mayores. Sabemos que todos los partidos tienen sus Bárcenas, sus Ratos y sus Pujoles, y que ninguno está en condiciones de tirar la primera piedra. Admitamos incluso que al PP le corresponde apandar con mayor número de sinvergüenzas, porque estos proliferan y se alimentan en los aledaños del poder. El político con poder puede ser honesto o deshonesto; el político sin poder es siempre un político con manos limpias, sin mácula.

El ciudadano sabe esas cosas y las tolera, especialmente si el partido afectado pide disculpas y aparta sin miramientos las manzanas podridas. Si las disimula o esconde cundirá la impresión de que la podredumbre corroe toda la fruta del cesto. Cuando al ocultamiento y a la protección de corruptos -«Luis, sé fuerte»- le añadimos la caja b, los sobresueldos, los maletines aparcados en los sótanos de Génova 13 y los discos duros destruidos para que no canten, se acrecienta la sospecha de que la corrupción alcanzó el tuétano del PP. Y eso, de ser así, tiene difícil arreglo.

Una última consideración. El goteo de esta crónica negra durará años. Por una sencilla razón: los partidos han politizado la justicia y judicializado la política. Y son ahora los jueces quienes marcan los tiempos políticos -al ritmo parsimonioso de la Justicia-, quienes ponen y quitan candidatos, quienes dictaminan la aptitud para el servicio público. Al presidente murciano se lo cargó un juez de instrucción. El propio Rajoy, testigo de la Gürtel, tendría que dimitir -o incumplir su pacto con Ciudadanos- si el Supremo lo imputase. No ocurrirá, pero sépase que, por cortesía de los políticos, eso lo decide un juez.