23 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Por quijote se entiende a aquel que se implica en la defensa de una causa perdida de antemano, y perdedor, por consiguiente, es quien lee El Quijote. Es un desventurado. Hoy es el día de Cervantes, o sea, un anacronismo, una conmemoración ritual sin contenido. Los textos son ya los tuits, y el cine, los vídeos de un minuto. Y solo estamos al principio de la última revolución cultural. Las cosas van bien a condición de que nadie sepa demasiado, de que nadie cometa herejía.

Don Quijote es irrisorio, provoca risa a los muchachitos cuando leen un capítulo señalado por el profesor, o una versión minimalista y coloreada. El profesor hace tiempo que claudicó en la pertinencia de que el alumno se traga la versión íntegra del caballero andante porque el alumno dejó de interesarse, no ya por la compresión de un texto, sino por la ortografía y la sintaxis.

Pero con el inicio de la última revolución cultural, el profesor (o el arquitecto, o el juez, más el economista) es un producto comestible, como el repollo, sin que esta consideración le reste mérito culinario saludable que otorga beneficios, y es excelente para quien padece lo que los doctores en Medicina llaman «enfermedades del aparato circulatorio».

Un repollo, además, ha de engendrar más repollos para que las personas sigan integrándolos en la dieta. Un docente, de igual manera, no solo debe enseñar de acuerdo a los planes de estudios fijados por el Estado-Capital, también ha de clonar docentes en las aulas, que saldrán luego a vociferar al populacho las fabulosas buenas nuevas, tipo «el mercado os hará libres, y felices», «la democracia es el sistema político que permite a los individuos ser ciudadanos libres».

¿Para qué plantearse la aporía de que el mercado, que no es él mismo libre, pueda hacer personas libres? Es una interrogante sin sentido. Nos hace libres y no hay nada más que hablar. Alonso Quijano abandonó su presente porque el contento se lo proporcionaban los libros de caballerías de sus antepasados feudales. El presente es el mismo, aunque enloquecemos de otro modo: no con libros, enloquecemos con la huida de nosotros hacia la caverna platónica, en la que disfrutamos de lo lindo con las sombras de la estupidez global.

En una película que ha sido encasillada erróneamente en la celdilla Serie B, una madre le explica a su hija que su trabajo consiste en hacer fotos a la comida y, con el dinero obtenido, comprar comida para ellas, y se disculpa ante la niña por serle imposible explicárselo racionalmente.

Digámoslo ya, antes de concluir: la Modernidad es tan antigua como la Antigüedad. Unos, los menos, engañan, coaccionan, reprimen y matan a otros, los más. Los cacharros tecnológicos, esto sí que hay que reconocerlo, son lo más super guay creado jamás por el hombre para que los menos sean menos y los más, más; y estos, que no se enteran de nada por la adictiva simpleza oculta en los cacharros, más felices que las perdices.