Abuso

Tino Novoa EN LA FRONTERA

OPINIÓN

28 abr 2017 . Actualizado a las 07:44 h.

El valor de la democracia viene dado también por la estabilidad de sus reglas; por el arraigo de sus principios en quienes participan en el juego político, que en última instancia son todos los ciudadanos. En Estados Unidos, por ejemplo, en 228 años jamás se ha alterado el calendario electoral. Y eso es así porque incluso los más acérrimos opositores a Trump o al presidente de turno no ponen en cuestión la legitimidad de su ejercicio del poder. Como hizo Al Gore en el 2000, que, pese a la evidencia de las irregularidades en el voto en Florida, renunció a las posibilidades de ser presidente evitando un pleito judicial que hubiera puesto en cuestión los principios del proceso electoral y la legitimidad de la presidencia de Bush.

Porque no hay democracia sin respeto a las instituciones y los principios que las sustentan. La fundamental, porque de ellas derivan todas las demás, es la institución electoral, expresión de la voluntad popular, raíz de la democracia. Preservarla en el tiempo, por encima de los vaivenes coyunturales, es lo que explica los ciclos electorales. Y lo que justifica la moción de censura constructiva. Porque no basta con rechazar al Gobierno de turno. Hay razones morales y políticas sobradas para censurar al PP por la corrupción. Pero hay que construir una nueva mayoría política alternativa. Algo que Podemos no tiene y que, además, sabe que no conseguirá, porque una cosa es compartir la condena y otra muy distinta estar unidos en todo lo demás. Tampoco le importa, porque su objetivo real no es censurar a Rajoy, sino hacer daño al PSOE en su batalla particular por el sorpasso. Por eso renunció a facilitar un Gobierno de cambio cuando pudo hacerlo, que habría sido la verdadera moción de censura al PP, y por eso ha montado ahora este nuevo teatrillo. No hay nada que objetar a que pretenda convertirse en la primera fuerza de la izquierda. Pero sí a que para ello abuse de las instituciones y las tome como rehenes de sus intereses particulares. Demuestra la reduccionista visión que Pablo Iglesias tiene de la política: la de un simple instrumento de poder.