«Manual francés» para socialistas desorientados

OPINIÓN

08 may 2017 . Actualizado a las 07:08 h.

Lo primero que hice el pasado día 24 de abril, al confirmarse los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, fue rescatar de la estantería y releer la biografía, «Mitterrand, el presidente», escrita por el periodista Franz-Olivier Giesbert. Esta imprescindible obra, que narra el primer decenio de François Mitterrand en el Eliseo, es una guía ineludible para entender los entresijos de la política francesa. Una política que, en contra de lo que en un primer momento pudiera parecer, tiene poco que ver con las formas «versallescas» y mucho con la lucha descarnada entre los grandes partidos y aun entre las distintas facciones dentro de una misma formación política.

A pesar de lo que sostienen muchos comentaristas y politólogos de postín, los resultados del candidato Benoît  Hamon, no han sido los peores de un candidato socialista a la presidencia de la V República. En las elecciones de 1969, que dieron la presidencia al gaullista George Pompidou, el alcalde de Marsella y candidato socialista, Gastón Defferre, fue derrotado en la primera vuelta, obteniendo tan solo 1.133.222 votos y un exiguo 5,01 %. (En esas mismas elecciones, el candidato comunista, Jacques Duclos obtuvo casi 5 millones de votos y el 21,27%). Aquella derrota, con el socialismo francés dividido, motivó dos años después, en el Congreso de Epinay, de junio de 1971, la unificación de todas las tendencias socialistas y llevó a Mitterrand a la secretaría de un Partido Socialista ya unificado.

Aun así, es indudable que los recientes resultados del Partido Socialista francés suponen un rotundo fracaso y sitúan al, hasta ahora, partido de gobierno en Francia, al borde de la irrelevancia política. Estos catastróficos resultados, han pillado a los socialistas españoles en pleno proceso de primarias, y los distintos candidatos en liza no han dudado en leer los mismos en clave interna, intentando cada uno de ellos, «arrimar el ascua a su sardina». Ciertamente, de todos los partidos socialdemócratas europeos, ha sido el francés el que más ha marcado el devenir de los socialistas españoles. Desde el congreso de Suresnes hasta hoy, la impronta del socialismo galo ha sido una constante y ha tenido una influencia enorme en su partido hermano, al sur de los Pirineos. En mi memoria sentimental está el alborozo con el que varios miembros de mi familia, viejos comunistas y durante largos años exiliados en Toulouse, recibieron la victoria de Françoise Mitterrand en las presidenciales de 1981. La llegada de un socialista a la presidencia de la V República, de la mano de una «Union de gauche» con los comunistas de Marchais y los radicales de izquierdas, parecía el preludio de la inminente victoria de los socialistas españoles, con un PSOE renovado y con Felipe González al frente, apenas un año después. Lo cierto es, que Mitterrand comenzó su presidencia con una política claramente de izquierdas, fruto del «programa común», firmado con el resto de las fuerzas de izquierda que le habían aupado al Eliseo. Así, en un primer momento, el presidente francés llevó a cabo una serie de nacionalizaciones en las industrias estratégicas y la banca, con un fortalecimiento del sector público y una política expansiva que disparó el gasto público. Esta política duró apenas dos años. 

Así, con la inflación en máximos históricos y el país en recesión, Mitterrand tuvo que dar el brazo a torcer y de la mano de su primer ministro, Pierre Mauroy, llevó a cabo su «giro a la austeridad» (le tournant de la rigueur), con un programa de recortes en el gasto público y hasta tres devaluaciones consecutivas de su moneda, a fin de devolver la confianza a los mercados. Esta rectificación, marcó la llegada al poder del PSOE  y condicionó su actuación de gobierno. Así, desde el primer momento, los socialistas españoles se alejaron de las veleidades izquierdistas de sus homólogos franceses, y se embarcaron en una política de  control del gasto público y adelgazamiento de un hipertrofiado sector público, heredado del franquismo. Y ello, mientras, de manera simultánea, se intentaba crear en España un estado de bienestar equiparable al del resto de las democracias europeas implantando una educación y una sanidad, universales y gratuitas.

Así pues, en estos momentos, en que toda Europa se debate entre la vieja política y su defensa del statu quo y esa nueva política que pretende hacer tabla rasa del pasado, y con la socialdemocracia intentando encontrar su lugar bajo el sol, sería aconsejable que los socialistas españoles volviésemos a echar una mirada más allá de los Pirineos,  intentado evitar los errores que han llevado, una vez más, a nuestros homólogos franceses al borde del abismo.